lunes, 25 de octubre de 2010

CIELOS E INFIERNOS

Y después de la vida, ¿qué viene? ¿Vendrá el cielo con su jerarquía de arcángeles y querubines? ¿Vendrá el infierno con su crepitar de almas que cual salchichas incombustibles se dorarán eternidad tras eternidad en un festival de barbacoas de feria celestial?
¿Qué será el infierno? ¿Será una cueva profunda, un desierto abrasador, un mar de llamas? ¿Será una vida sin consuelo, un estómago vacío, una soledad desesperada? Un día vi el infierno en sus ojos y nunca los olvidé.
¿Qué será el cielo?¿Un paraíso de frondosos árboles, una luz que da vida, una presencia que llena? ¿Será tu mirada en la mía, será la sonrisa de un niño, será una conciencia tranquila? Un día vi la paz en tus ojos y sentí el cielo dentro de mí.
De pequeño, soñaba a menudo con el infierno que me enseñaron mis mayores y de día, todo despierto, soñaba con el cielo que también me enseñaron mis mayores. El cielo y el infierno marcaron a fuego mis días y mis noches. Quemaron mis alas y mis carnes y todo olía a pecado. Ese hedor se deslizó por la fácil ladera del valle de la vida, como si de una niebla negra y espesa se tratara. La vida, entonces, quedó manchada, enferma, en parálisis.
La vida es un suspiro, pero es real. No es una quimera. Vivimos cada vez que respiramos, cada vez que amamos, cada vez que morimos, porque la muerte no es más que el lado oscuro de la vida.
Morir en tus brazos, tal vez sea vivir en el cielo. Olvidar que por el hecho de vivir hay un premio o un castigo, tal vez sea vivir en el cielo. Agachar la cabeza y centrarnos en nuestro redondo y mortal ombligo, tal vez sea vivir en el cielo. Porque el cielo está aquí, allí y más allá. Porque alguien muy sabio dijo un día: "Lo mismo en lo grande que en lo pequeño, lo mismo en lo alto que en lo bajo, lo mismo en el la Tierra que en el Cielo".

lunes, 11 de octubre de 2010

INSTINTO

Los humanos, no sé si los animales también, tenemos muchas formas de conocer el mundo que nos rodea. La mayor parte de ellas nos viene dado por experiencias propias o ajenas, por teorías de filósofos o científicos que las han expresado ante fenómenos naturales o de cualquier tipo.
Sin embargo esta forma de conocer, imprescindible para avanzar y completar nuestros conocimientos es un tanto impersonal, porque nos viene dada desde fuera sin que nosotros como ser que piensa y siente tome parte en el festín del saber.
Sin embargo hay otra forma de conocer el mundo que nos rodea e incluso nuestro mundo interior. Esta es el instinto.
El instinto es una especia de intuición que tenemos de las cosas sin que en ese resultado intervengan otros saberes exteriores. Toda persona, sea culta o analfabeta, tiene su propia forma de sentir el mundo. El mundo influye en cada uno de nosotros de una forma diferente, creando respuestas también diferentes y únicas. Por eso, cuando se trata de temas importantes, transcendentales probablemente nos fiemos más de nuestro instinto que de cualquier teoría filosófica de pensadores de relieve. Incluso diría más, nadie se aventura a expresar una teoría en contra de su instinto, o dicho de otro modo, sin tenerlo en cuenta. Sería algo que desnaturalizaría nuestra respuesta como seres pensantes.
Por eso creo que al instinto hay que hacerle caso, tenerlo en cuenta, aunque sea una forma de conocer que nos parezca poco rigurosa, científicamente hablando, pero es la forma que va a poner la guinda al pastel de nuestras creencias o saberes. Muchos científicos, guiados por el olfato de su instinto, han llegado a grandes descubrimientos, porque, llegados al punto en que la ciencia y el razonamiento se niegan a seguir, sólo te queda el recurso de tu "olfato".
De esta manera, cuando alguien nos da una respuesta, su respuesta, a alguno de los grandes temas transcendentales: El sentido de la vida, la muerte, Dios, el cielo y el infierno, la vida después de la vida, etc. hemos de escucharla con todo el respeto, porque esa respuesta es, nada más y nada menos, que el resultado de todas las influencias que recibimos del mundo que nos rodea, aparentemente irracionales, y que, tal vez, por simpatía, nos hace inclinarnos hacia un lado o hacia otro. Pero no os riáis de esto, porque por simpatía también se han formado los mundos y al parecer funcionan como un reloj suizo.
Si alguien afirma que Dios existe, que el cielo es para los mansos, que la muerte sólo es el principio de algo o que la vida es un trocito de eternidad que tomó vida en un chispazo de tiempo quien somos nosotros para ir en contra de esa creencia que procede de ese instinto que en un mo mento de interna reflexión te dice:ese es tu camino, levántate y anda.

jueves, 23 de septiembre de 2010

AMAR CONTRA UN TERCERO

El amor es un sentimiento universal y cuando digo universal me refiero a todos los seres sensibles y no sensibles. Es una propiedad consustancial a todo lo que existe y por ella nos movemos en una u otra dirección.
El amor tendría que ser una palabra diferente a un "te quiero". Al amor no se le supone egoísmos. El amor es dar sin esperar y esto no se da en la realidad. Siempre se espera algo, aunque sea inconscientemente, aunque te empecines en no quererlo. Decir "te quiero" refleja más la verdad. Un "te quiero" viene a decirnos que te necesitamos. Te necesitamos para construírnos a nosotros mismos. Somos incompletos por naturaleza, que no imperfectos. Una madre necesita un hijo para realizarse como madre , o mejor dicho, para ser madre; como un átomo necesita a otro átomo para completarse en molécula. Esto me lleva a pensar que el amor es siempre egoísta, pero un egoísmo necesario para que seamos lo que somos.
Existen muchas clases de amores. Tantas clases como seres existen. Cada clase es un mundo. Cada clase tiene su historia. (Aquí no hablaré del amor de Dios, pues me faltan algunos datos). El amor de una madre, que esturrea por el mundo trozos de su propia vida y sufre. Sufre porque quiere proteger a sus hijos y no puede. El amor de un perro por su amo. Nadie necesita más un amo que un perro y nadie necesita más un perro que un ciego. El amor por mí mismo. Tal vez el mejor de todos, pues sin él no tendría ánimos para engullir en mi corazón todo lo que amo. El amor por las cosas. El único problema es que nunca sabré si ellas me quieren a mi en la misma proporción en que yo las quiero a ellas.( No os riáis, pero yo he llegado a dar un beso al coche después de un largo viaje, en agradecimiento). El amor a los desconocidos. Sentado en mi balcón en las noches del verano veo levantar vuelo a los aviones e inevitablemente les envío un sentimiento de amor junto con un deseo de buen viaje. El amor por los que sufren, porque el sufrimiento a veces es excesivo e insoportable, totalmente innecesario para una vida que tiene fecha de caducidad. El amor por los árboles. ¿ Ya le cantas, le acaricias, cuidas a ese arbolito que tienes en tu jardín? No estoy loco, crecen mejor con cariño. El amor al mar y a la tierra. Los indios de América nos podrían contar mucho de este amor. Ellos nunca olvidan a su madre. Un día nos envolverá.
Sin embargo he encontrado una forma de amar que es un poco atípica. Es el amor contra un tercero. Es un amor que se da mucho más de lo que podríamos pensar. Probablemente lo hemos disfrutado o lo hemos padecido a lo largo de nuestra vida. Se podría definir así: TE QUIERO A TI PORQUE NECESITO ODIAR A AQUEL Y DESEO HACER ESTA ALIANZA PARA FASTIDIARLO MEJOR. Es un amor que como mínimo necesita a tres personas para que se dé. Es como una aberración en el sentimiento del amor, porque fabricas odio sirviéndote del amor. El amor que en principio debería ser todo bondad, cariño, dulzura se convierte en un dardo envenenado que lanzas continuamente contra aquel, objeto de tus iras.

miércoles, 9 de junio de 2010

JUGANDO CON EL TIEMPO

El hombre es un ser que juega y lo hace a lo largo de su vida. De pequeño lo hace con la pelota, con el aro o con las casitas. De adulto juega a la lotería, a los placeres ocultos y a los arriesgados juegos de manos. Pero cuando aparecen canas le da por jugar con algo que a veces resulta peligroso: el tiempo. Hasta entonces no habíamos echado cuenta de esta dimensión de nuestra vida, pero de pronto nos damos cuenta que el tiempo, tanto el que ha pasado como el que queda por llegar son una carga y una pesadilla respectivamente.
Un buen día notas esa arruga en la frente o ese pelo que se va volviendo gris o el tigre que había dentro de ti y que ya se va pareciendo más a un perrito faldero. Todo canta la decrepitud. La conciencia lo recibe y la huella queda como la marca de la res en sus cuartos traseros. Tú te revuelves contra ti y contra la vida y buscas culpables. Pronto lo encuentras. Culpable el tiempo. Los años que van desde que naciste se han arrugado en tu frente, en tu sexo y en tu alma. Maldices el tiempo. ¡Todo se ha ido en un suspiro! Pero no. No se ha ido nada. Todo está ahí, en tu cara, en tu sexo y en tu alma. Es que estás ciego. No ves nada. Es que esto es la vida: sentir, no sentir. Subir, deslizarse. Ser, ir no siendo. Y tú te enfadas porque no has vivido la vida. Y entonces decides jugar con el tiempo. Engañar al tiempo.
Decides eliminar esa arruga, que es el resultado de mil horas de pensamiento. Decides operarte los pechos, que han sido la fuente de la vida. Decides vender tu alma al demonio si te da algo de juventud, como si la juventud fuera la fuente de la felicidad. Pero el tiempo sigue inexorable. Sigue con su trabajo debajo de nuestra piel, porque el tiempo nos está construyendo y no da pasos atrás. Tú no quieres vivir en el tiempo y te propones engañarlo. Se produce un desajuste. Dos tiempos viviendo dentro de ti. La mentira. Y entonces no disfrutas de esos años del otoño, ni ves cómo las hojas de los árboles vuelan en caída libre hacia el descanso, ni cómo otras flores nacen gozosas con la energía que tu le vas dando. Se está produciendo el misterio de la vida. Porque la vida no es sólo tu vida. La vida es la vida de la humanidad. Pero tú en un acto de sumo egoísmo decides ser eterno. Precisamente la eternidad está en ir dejándose ir, para que otros nos continúen. Cuando notes que la arruga se hace más acusada, que tu sexo suspira por la paz y que tu alma se nota algo cansada sube a una montaña y entona la canción de la vida para que te sientas en armonía contigo y con todo.


miércoles, 2 de junio de 2010

LASTRE

Un barco navega por el agua como nosotros navegamos por la vida y ese peso que un día pudo ser nuestra salvación, hoy supone un esfuerzo sobrehumano que nos agobia vitalmente.
Durante la vida hemos sido marcados de muy diferentes maneras. Nos marca la sociedad. No nos marcan ni las plantas, ni los animales, ni el viento, ni el bosque. Nos marca la vida cuando nos relacionamos. Nos marca nuestra experiencia interior cuando sentimos, cuando sufrimos. Nos marca nuestro compañero, nuestro enemigo, nuestro vecino. Nos marca la envidia, el odio. Quedamos marcados cuando alguien nos humilla, nos despoja de nuestros derechos como personas. Nos marca la soberbia, el orgullo, la prepotencia. No nos marca el perro. El perro ama con amor de perro, incondicional. No nos marca el agua de lluvia. El agua de lluvia nos purifica. No nos marca el árbol. El árbol nos da vida. Nos marcan nuestros semejantes. "El hombre es un lobo para sus semejantes".
Tuve amigos y eso fue bueno. Me dieron momentos en los que sentí la proximidad de un ser humano que piensa y siente como tú. Compartimos ansias, deseos, experiencias con la tranquilidad de que en la Tierra existía otro ser como tú. No estábamos solos. Pero un día nos separamos y fue para siempre. Nos vimos al cabo del tiempo y no supimos qué decir. Fue extraño. Nosotros también éramos extraños. Ahí quedó un gran vacío.
Tuve mujer y sentí la voz de la naturaleza cuando ruge entre dos montañas. Amasé cuanto placer pude y bajé la cuesta del amor hasta llegar a la meta de la indiferencia. Todo cayó en el olvido. Sólo quedan las heridas que apenas se dejan ver debajo de la nueva piel que me ha salido.
Tuve una vocación y soñé. Soñé con ser pastor y llevar mi rebaño a los mejores pastos del valle y de la montaña. Soñé con dirigir a mis ovejas por el camino del amor y de la virtud. Yo mismo soñé con ser voz. Pero cuando dejé de soñar aterricé. Entonces huí y me escondí en una caverna profunda y oscura. Y eso me dejó una profunda decepción.
Quise triunfar en la vida. Trabajé y estudié. Me esforcé sobremanera. El día solo tenía horas para el esfuerzo. Pero cuando la montaña estaba medio vencida me invadió el desánimo y la desilusión.
Y ahora en el atardecer de la vida, cansado, medio hastiado, encorvado por el excesivo peso, desanimado a la vista del fin del camino, no sé reaccionar. Pienso que todo esto que me ocurrió durante mi vida es un lastre muy grande para mi débil carcasa. Pero también sé que el lastre, en los barcos, se tira por la borda cuando no se necesita. El lastre fue un día bueno como lo fue el amigo, la mujer, el sueño y el triunfo. Pero hoy me abruma, me pesa demasiado. Hay que aligerar el barco, despojarlo de lo que no sirve, de lo que le hace daño. Un día fue bueno. Ya no. A estas edades debemos rodearnos de aire, que pesa poco. Disfrutar de la vida con nueva mirada. Mirarlo todo con los ojos llenos de experiencia y de sabiduría. Mostrando a la vida tu cuerpo etéreo donde nadie pueda hundir su espada. Así resbalaremos la última pendiente gozosos de ser, de ser plenamente, huidos ya de ese ruido que no nos dejaba descansar.

martes, 18 de mayo de 2010

Luces y borracheras

A veces cuando repaso la historia de la humanidad observo que tiene un gran parecido con la historia de un hombre cualquiera. El siglo XVIII, llamado el Siglo de la Razón, el Siglo del Iluminismo o el Siglo de las Luces, todo el pensamiento estaba basado en la razón y todo lo que se oponía a la luz de la razón era desestimado como algo oscuro y sin validez alguna. Nosotros en nuestra vida particular pasamos por etapas en la que damos primacía a la razón sobre nuestros sentimientos. Rechazamos todo lo que repugne a nuestra mente, a nuestro ideario, a nuestros dogmas. Lo irracional lo vemos como de seres inferiores. Los sentimientos, pensamos, no son de fiar, pues no están sometidos a las reglas de la razón.
Sin embargo, también podemos contemplar la historia desde el punto de vista de la irracionalidad, del sentimiento, de la intuición. Ahora nos situamos en el siglo XIX. El Romanticismo. Lleno de pasión, de dolor, de aventura, de sentimiento. No hay normas. Se mira más hacia dentro del individuo, a la experiencia dolorosa de la vida. Hacia lo que nos hace vibrar de sufrimiento, de angustia o de palpitación de lo inesperado e incierto. El filósofo sueco Soren Kierkegart habla desde su sufrimiento y desde su dolor. Su reflexión no es sobre el universo, ni sobre los grandes temas de la metafísica que hasta ahora habían traído de cabeza a los filósofos. Él habla desde su interior, desde su fe, desde su ser como pecador. El hombre particular, en su caminar diario, también pasa por etapas en las que las únicas luces que divisa son las de las luciérnagas que en las frías noches del invierno alumbran el firmamento. Ellos piensan que lo que sienten, lo que intuyen, lo que esperan, lo que ansían es algo que sienten en lo más hondo de su ser y eso no puede ser mentira.
Miremos ahora a ese ser que camina por la calle, arrojado a este mundo (como diría Martin Heidegger), obligado a la existencia. Ese ser que a lo largo de su vida se hace una serie de preguntas para las que no encuentra respuestas y que por eso se angustia. Que sólo sabe una cosa cierta y que esa cosa no le gusta y le aterroriza. Que ante ese vacío se pone a pensar, se descalabacina, hace teorías y más teorías en las que todo encaje y al final se decide. Pero esa decisión sólo tiene dos caminos y ninguno le deja relajado y ninguno le llena y le da miedo elegir. Pero al final se decide. Y decide ser luz, ser casi Dios, científico de la ignorancia, agorero de la nada. Y disimula y toda la vida disimula. Pero en lo más hondo de su corazón sabe que no sabe nada. Que está peor que al principio y así camina un día y otro, hasta que la luz se apaga.
A veces ese ser que camina por la calle, arrojado a comerse el tiempo para hacerse a sí mismo, toma el otro camino, porque se ha dado cuenta que sus luces no son nada en la bóveda del universo. Que la luz no le llevará por el camino que ansía y entonces convierte esa ansia en camino. Y no se convierte en Dios pero cree en Dios. Necesita creer en Dios y lo necesita con formas, lo más parecido a nosotros, entrañablemente Dios y entrañablemente hombre. Necesita su protección eterna. Pero se tropieza de frente con su razón que mueve la cabeza negando. Y se encuentra en ese dilema vital, existencial que le angustia. Y grita y se emborracha. Se emborracha de fe, se emborracha de irracionalidad, se emborracha de ansias, de ilusiones. Se emborracha hasta olvidarse de sí mismo, se emborracha hasta llegar al coma etílico de la espiritualidad. Pero en lo más hondo de su corazón duda. Y esa duda le angustia. ¿Es el hombre un ser o es una duda? Como ser, es un ser que duda. Como duda es algo que presupone un ser. En fin que no salgo de lo mismo. Estoy pensando que voy a dejar estos temas y me voy a poner a ver la tele que es otra forma de emborracharse y sea lo que Dios quiera.

lunes, 17 de mayo de 2010

Consideraciones al atardecer

CONSIDERACIONES AL ATARDECER


Me quedaré cerca de vosotros...cuando me muera. Cerca de los que me aman, sólo de los que me aman. No estoy por estar disimulando toda la eternidad. Me quedaré sin conciencia y no me conocerá ni mi madre, yo que siempre he esperado morirme para poder volver a verla. Pero ahora que aún soy persona, es decir nadie, y desde la humildad que dar no ser nada, quiero haceros algunas consideraciones. Pido a mis herederos, es decir, a los que me recuerden, que me recuerden. Que no se olviden de mí demasiado rápido, que hablen de mí y de mis ocurrencias, pues me gustaría vivir un poquito más de lo que me ha pertenecido. Ya sabéis que tengo un punto de narcisista. Me molesta mucho perder mi identidad. Vivir sin carnet. No ser yo o quizás ser un yo difuminado, que es lo mismo que nada. Me da miedo la oscuridad y me aterroriza la soledad. Mucho tiempo, mucho espacio, mucho frío. Será difícil encontrar a alguien con quien charlar. Volveré a mi nube, de la que salí en un zig-zag de luz y existencia. Allí, dentro de ella, no soy nada y lo soy todo. Tendré que acostumbrarme a esta nueva forma de existencia, yo que estaba acostumbrado a mi piel que me aislaba de todo. Perderé mi intimidad. No habrá leyes que me protejan. Dejaré mis apegos y mis placeres en el tiempo en que ocurrieron. Allí estaremos fuera de tiempo. Esta cosa tan provinciana del día y la noche hay que desecharla. Todo será día o todo será noche. El mundo dual se ha terminado.

Me costará dejar mis pequeñas riquezas: Mis juguetes de la infancia, el primer libro que me abrió al misterio de la letra impresa y los primeros versos que dediqué a María. Recordaré las tardes lluviosas

junto al fuego y sus caprichosas formas. Los paseos con Roque, mi perro ciego y lúcido a la vez. Volaré sobre los campos llenos de trigo verde, donde retozábamos al salir del colegio. Volveré a leer, en las

tardes de primavera, sentado en la caliente acera, los tebeos de Roberto y Pedrín. Cosas así repasaré en un tiempo que ya no será tiempo. Y en ese tiempo sin tiempo y en esa casa vacía y oscura y en esos corazones amigos descansaré por algún tiempo más. Pediré un plus de existencia. Quiero vivir en vuestro pensamiento, quiero limpiar mi imagen sucia por la mirada distorsionada del hombre. En el recuerdo todos somos buenos. La última foto siempre fue la mejor. Quiero entrar en la Gran Casa con mis ropitas limpias y mi cara bien lavada. Me da igual que me digáis que si existe o que si no existe, que si hay o que si no hay. Los mundos son de muchas formas y como Dios creó los suyos, pues yo creo los míos. ¿O acaso no estamos hechos a imagen y semejanza de Dios?

Mi mundo será un mundo cercano. Sólo un paso. A lo sumo dos. No me verás, pero yo estaré ahí. Seré viento en tu pelo y gota de sudor que recorre tu espalda. Descansaré sobre tu pecho y, ya sin censura, escucharé los latidos que me marcarán tus tiempos. Rodearé tu cintura con mis brazos de espuma y tú dormirás sin ver la mano que te mece. Cuando por la mañana despiertes te sentirás ligera porque yo te di un poco de lo mío. Me sentiré todo con todos y parte contigo. Ni tú encelarás ni yo encelaré. Todo será mío y todo será tuyo, pero lo que viví contigo lo guardaré siempre en mi corazón de nieve. Te esperaré más allá del cerro, donde la noche puede ser día y los días puede que no tengan horas. Así dejarás de mirar el reloj, cuando sentados en la playa contemplemos las olas, que es como contemplar las vidas. Las olas tienen nombre y tienen espuma. Las olas nacen y mueren. Cada ola tiene su tiempo para ser ola y para volver a su océano. Fue, pues ni una palabra más.

Dejaré sobre la superficie de la Tierra todo lo que hice. Al poco será polvo. Más adelante será Nada, que es ser, o mejor dicho, prepararse para ser. Y así siempre. Dejaré en las mentes de los que me acompañaron impresiones y recuerdos, que duraron mientras ellos duraron, porque mi historia no es para escribirla en los libros. Los pájaros me vieron desde arriba y las hormigas desde abajo. Quizás cada uno tenga una imagen diferente de mí, pero eso no importa. Yo, de niño, jugaba con las hormigas y vibraba cuando entre los trigales encontraba un nido de pájaro. Eso es vivir y no esperes más. Impresiones y más impresiones, para después volver al océano y disolverse. Pero está ahí, entre las aguas. Dejaré la pluma y el papel sobre el que desparramé mis pensamientos, mis sentimientos, mis ilusiones, mis miedos. Ellos, la pluma y el papel, me ayudaron a conocerme mejor. Toda mi vida fui un autodidacta. Sacar lo que llevas dentro es explicar la vida, tu vida.

Haré lo que nunca me atreví a hacer. Como decía Pablo Neruda en esa poesía escrita en su mayoría de edad :”Si yo volviera a nacer”. Si yo volviera a nacer sería más yo, consciente de que en este mundo te llevan y te llevan. No hay premio más grande en este mundo que ser uno mismo. Vivimos de interpretados, como dicen los filósofos. Vivimos otras vidas, no la nuestra. El Estado pone normas, la iglesia pone normas, la educación y las buenas maneras ponen sus normas y la televisión, ¡ay el mundo de la tele!, ese mundo no te pone sus normas, pero te pone algo más sofisticado, te pone sus modelos. Entonces ese modelo, como si fuera una doble figura se mete en tu cuerpo y tú ya no eres tú, sino que interpretas. Vives de interpretado y hablas como ellos, vistes como ellos, tienes los mismos gestos y cuando al fin un día reflexionas y te miras al espejo resulta que te desorientas porque no te reconoces. Yo reclamo ser yo y hacer las pequeñas cosas que me llenen. Así cuando llegue ese día sin nombre haré una larga lista de todo lo que no me atreví o no me dejaron hacer y me pondré manos a la obra. Después de todo esto quizás me reconozcan como un salvaje, pero ese salvaje seré yo y todo lo que salió de mi fue original, primera condición para ser auténticamente humano.

Volveré a vivir mis vidas. Todas mis vidas. La de niño, la de adolescente, la de adulto, la de padre, la de amante, la de frustrado, la de esposo, la de jubilado. Todas son vidas dentro de tu vida. La vida de niño no tiene nada que ver con la de adolescente. La vida de amante cubre todas mis vidas, pues siempre fui amante de algo y eso me tuvo entretenido. La vida de adulto fue muy breve, no me acuerdo cuando empezó ni cuando terminó. La virginidad la perdí a los seis años cuando me llevaron a la escuela. Para mí fue una auténtica violación. Hasta entonces era auténticamente virgen, salvaje. La vida de adolescente fue un tormento y la de padre un gran premio de la vida. Me sentí frustrado en breves ocasiones, pues mi impulso por la vida siempre ha sido muy fuerte. Volveré a vivir esas vidas para vivirla mejor.

Todo esto os digo a los queme queréis, ahora que aún soy persona. Porque cuando llegue esto que todos sabéis, no quiero por nada del mundo encontrarme solo y creo que voy a necesitar una mano. Seré un niño. A quien me la ofrezca le estaré eternamente agradecido.