miércoles, 24 de febrero de 2010

Principios

Cuando los valores humanos, unánimemente reconocidos por una comunidad o por los individuos en particular, se convierten en una norma de obligado cumplimiento, decimos que se tratan de principios. Un individuo sin principios, es un desalmado y yo creo que es hasta imposible que esto se dé, porque el mismo hecho de no tener principios supone un principio, que es no tener principios. Ser un hombre de principios es algo muy importante en una sociedad, es una garantía. Se puede confiar en él, se puede hablar con él, se puede tratar con esa persona. Por eso en la educación que nos dan nuestros padres o nuestros maestros se hace mucho hincapié en que el pupilo tenga en su haber una serie de valores que con el tiempo se convertirán en principios inamovibles, que serán una garantía en su relación con el resto de la sociedad.
Los principios han de ser profundamente humanos. No valen unos principios que vayan contra nuestros semejantes, contra cualquier otro ser, contra el orden legalmente establecido o contra las costumbres de todo un pueblo. A nivel individual, sí que podemos tener unos principios que aunque se opongan al resto de la comunidad, al menos no vayan contra su libertad o contra su integridad. Incluso esto último es bueno, pues la originalidad nunca está demás. En este sentido Kant en el siglo XVIII redactó su imperativo categórico que más o menos decía así: "Obra de tal manera que tu obrar se pueda convertir en una ley universal". Así si actúas según este mandato moral, digámoslo de esta manera, te aseguras que tu vida moralmente hablando sea impecable.
Estás actuando como una persona de principios.
Sin embargo, en cuanto a la universalidad de los principios, hay algunas objecciones. Los valores no son los mismos en todos los pueblos. Por ejemplo, la pena de muerte. Hay algunas sociedades que piensan más o menos así: "El que a hierro mata a hierro muere".Eso es un principio. Hay otras, que como sabéis ya tiene abolida la pena de muerte. Por lo tanto los principios, algunos de ellos, no pueden ser considerados universales ni en el tiempo ni en cuanto a la totalidad de la población. Lo que ayer fue un valor hoy no lo es y lo que es bueno para mí puede que no lo sea para ti. De aquí podemos deducir que en los principios hay algo de subjetividad, tanto a nivel individual como de población. Por lo tanto algo que por definición tendría que valer para todo el mundo y para todos los tiempos, vemos que esto no puede ser.
De esta manera entramos en un relativismo moral. Amigos, ya no estamos en el siglo XVIII. Ahora pensamos y sabemos que otros principios que no son iguales que los nuestros o incluso se pueden oponer a los nuestros son dignos de ser respetados, porque son tan universales como los nuestros o tan no universales como los nuestros. Si este relativismo moral hubiera imperado en siglos anteriores, ¿cuántas muertes, por ejemplo, creéis que se hubieran evitado? ¿Cuánta gente hemos matado porque no tenía los mismos principios que regían en nuestra sociedad? No voy a enumerar ningún caso, pero a groso modo pensad en la Santa Inquisición, en el descubrimiento de América o en cualquier guerra fratricida.
Sin embargo, este relativismo moral que tiene todas las cualidades para convertirse en el mejor principio de todo el mundo, no ocurre así. Y no ocurre porque el hombre lo manipula, como todo lo que cae en sus manos. Lo acomoda a su ser. Lo prepara para su beneficio. Por ejemplo, un político. Cualquiera. Del signo que sea. ( Si las políticas todas son buenas, son los políticos las que las malean.) Un político te habla, te da un mitin o te manda un programa a casa. Hasta ahí todo perfecto. Sólo es teoría. Pero estos principios que alumbran su obrar de cada día él no los puede aplicar y no los puede aplicar, porque si los aplica taxativamente no encuentra su beneficio y el político tiene que ver ese beneficio disfrazado de lo que sea. Entonces empieza ese relativismo del que te hablé más arriba y que mal entendido viene a decir: "Déjame a mi este principio, que yo me lo voy a acomodar a mi o a mi partido, que va a parecer que no se le ha tocado y que nos va a beneficiar. Así mataremos dos pájaros de un tiro, nos llenamos los bolsillos o lo que sea y quedamos delante de la sociedad como intachables. Esto que he aplicado a los políticos, también nos lo podemos aplicar a cada uno de nosotros. Al final y como sigamos con este relativismo moral, todos tendremos que llevar esta etiqueta marxista en la solapa" Estos son mis principios. Si no les gusta, tengo otros"(Groucho Marx)

lunes, 15 de febrero de 2010

Crisis

Quizás sea la palabra que más se pronuncia últimamente. El mundo entero está en crisis. La humanidad entera está en crisis. La crisis ha entrado en nuestras vidas y forma parte esencial de ellas. De todo esto podemos hacer un título: La crisis como forma de vida.
Está en crisis la economía. No la de todos, sólo la de algunos currantes. Se ve que estos fueron demasiado deprisa en su camino hacia la riqueza y eso no puede ser. Hay que rectificar. Damos unos pasos atrás para poner a cada uno en su sitio. Si no dónde estarían los pobres a los que se refería Jesús, cuando dijo que siempre estarían con nosotros. Y es que ya no había pobres, nos estábamos quedando sin pobres. ¡Qué barbaridad! Todos disfrutaban de largos y hermosos préstamos con los que comprar casas, coches y exóticos viajes. La sociedad del bienestar podía con todo. Los bancos daban dinero a manos llenas. La sociedad se estaba igualando por arriba. Esto parecía el capitalcomunismo. Pero todo esto fue un sueño. Pues ya lo decía un labriego de mi pueblo: "Cuando venga el amo de los dineros nos vamos a enterar". Y el amo de los dineros vino y algunos se enteraron, precisamente aquellos que sólo habían empezado a soñar. ¡Qué mal despertar!
Está en crisis el matrimonio. Ya nadie cree en el matrimonio. Buenos los gays y las lesbianas, sí. Es que estos acaban de llegar. Dejadlos que se harten, que ya vendrán a las nuestras. El cincuenta por ciento de los casamientos hacen aguas a los tres años y el otro cincuenta no hacen aguas, pero viven "ahogaos". Y es que con tanta libertad haber quien es el guapo que se está quietecito en casa escuchando el jolgorio que hay en la plaza. Dicen los especialistas que el amor dura una media de tres años. Yo diría que lo que dura tres años es otra cosa. Y es que tenemos prisa por vivir, queremos acumular experiencias, que se nos acaba la vida, que son cuatro días. ¿Serían los antiguos más listos que nosotros? Antes nadie se separaba, pero todo el mundo tenía sus cositas. Porque haber, el hombre y la mujer, esencialmente, son los mismos ahora y antes, lo que cambian son las modas. Ya veréis, si Dios nos da vida, como volveremos a lo de antes: nadar y guadar la ropa.
La Tierra está en crisis. Nuestra madre Tierra está en crisis. El clima está loco. Las lluvias caen mal y a destiempo. Los huracanes arrasan por doquier. Los polos se desnudan de su piel de hielo. Los pájaros están desorientados. Los terremotos engullen ciudades enteras. Los árboles florecen en invierno. La capa de ozono es un papel de fumar. Todo esto ocurre en la Tierra, en ese paraíso en el que la vida nos ha puesto y nosotros no nos damos cuenta. Cometemos error tras error. Sólo queremos bienestar, ser ricos, aun a costa de arrasarlo todo. El fin no justifica los medios. Pero nosotros ya no sabemos de principios éticos ni morales. Nosotros sólo vemos el fin y si para vivir en nuestro particular edén tenemos que arruinar nuestra casa, pues que se arruine. El hombre no solo es un lobo para el hombre, es también un exterminador. El error podría ser nuestra salvación, pero sólo si nos damos cuenta que lo hemos cometido, sólo si humildemente lo reconocemos y aprendemos podría ser el error una fuente de salud.
Yo reconozco que estoy en crisis, pero tú también estás en crisis y el otro y el de más allá también. Todos estamos en crisis. Todos hemos gastado más de lo que podíamos. La vida nos dio un bosque y nosotros lo arrasamos para llenarlo de cemento. Nos dio un mar y lo hemos convertido en un vertedero. Nos dio aire limpio y lo convertimos día a día en algo fétido e irrespirable. La vida nos dio libertad y nosotros ¿qué hacemos? Suicidarnos. Eso, suicidarnos. Nos suicidamos con alcohol, con tabaco, con drogas, con estrés, con interminables jornadas de trabajo, con pesticidas. No suicidamos y ayudamos a que todo lo que está a nuestro alrededor se suicide también. Cuando una especie se extingue, es un suicidio. Cuando un sunami arrasa, es un suicidio. Cuando un polo se derrite, es un suicidio.
Todo está en crisis, porque el hombre vive en crisis. Hemos hecho de la vida un estado de crisis y en ella nos conformamos y pensamos ya que la crisis es algo normal. Pero no. Necesitamos un nuevo estado de conciencia para saber que vivir en crisis no es algo normal. Que salir de ella no es más que reconocer nuestro errores y que alguien que tenga los pies en la Tierra, o mejor, en el cielo nos dijera: "hombre, levántate y anda".

lunes, 8 de febrero de 2010

Ejercicios espirituales

NOTA:Queridos amigos y amigas, después de este paréntesis en el que no he escrito absolutamente nada, me propongo volver a mi disciplina de la escritura. No creáis que no me cuesta. Le he dado muchas vueltas antes de empezar, pero lo que no acepto es que durante toda mi vejez duerma la siesta de once a doce de la noche delante del televisor. Espero no haber perdido ningún lector de los que me han leído en mi etapa anterior.
Os daré una buena noticia. Ya he publicado un libro. Pero no os asustéis, aún no lo ha comprado nadie. Mi hija Ana, me dio la sorpresa el día de Reyes. Llevó mis artículos a una imprenta y me dio la gran sorpresa. Por algo se empieza. Miguel también ha hecho su gruta. Seguro que está orgulloso de su obra, como yo lo estoy de la mía. Si alguno quiere el libro que me lo pida. Su precio es un abrazo y se lo daré con dedicatoria.
En esta nueva etapa me propongo contestar a todo aquel que me ponga un comentario. A veces se le pasan a uno cuestiones elementales. Un abrazo a todos.







Aún recuerdo aquellos ejercicios espirituales que hacíamos en el seminario. En silencio, con total recogimiento, paseando de un lado para otro. Sin embargo no guardo cariñoso recuerdo de esta actividad del alma. Y no eran propicios a mi alma, precisamente porque eran dirigidos y yo, en mi indomable espíritu, no acepto intermediarios entre la divinidad y mi persona. Quiero un trato directo con Dios, porque, amigos, todo se deforma cuando la palabra de Dios va de boca en boca. En cualquier parte del mundo, en mi pueblo, por ejemplo, en un cerro, entre los olivos, mirando hacia el cielo o boca abajo, en un día nublado o radiante, con un semblante triste o jubiloso, yo me suelo comunicar muy bien con los dioses que me rodean. Y digo dioses porque a veces Dios se multiplica. Se multiplica si abrimos los ojos y observamos que todo lo que nos rodea es Dios en las cosas. Pero si cierro los ojos, la multiplicidad se recoge y capto en décimas de segundo la esencia de algo que mi mente no comprende y que mi alma siente.
Ya he dicho que no me gustaban los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Los encontraba, aunque parezca una contradicción un tanto artificiales. Eso de coger a una serie de individuos, apartarlos del mundo, soltarle una serie de conferencias con el fin de transformarlo en un ser más de Dios que cuando empezó, no me parece algo que suceda de una forma natural. Más me parece un experimento de laboratorio a los que hoy somos tan aficionados con los programas de televisión que tanto éxito tienen. Nunca pensé que de estos ejercicios saliese una persona mejor de la que entró, ni un fiel más creyente de lo que fue. Estas cosas necesitan además de tiempo un ritmo, una intimidad y unas cadencias que sólo se las puede dar el propio individuo. Porque el alma de cada cual es tan particular, que tus palabras, las del director espiritual, no pueden encajar en mi ser. En mi ser sólo encaja algo que tenga mi ADN. Y eso sólo me lo puede dar algo que viva dentro de mí.
Por otro lado, la frase "Ejercicios espirituales" no es de San Ignacio de Loyola. Ya existía. Y no existía aplicada a la religión, sino aplicada a la filosofía. Muchos filósofos de la Antigua Grecia ya la utilizaban para referirse a las actividades del espíritu con el fin de mejorar moralmente al individuo. Empédocles la utilizaba como rememoración de vidas anteriores. Los estoicos, como transformación de la vida. Los epicureos, como examen de conciencia. Aristóteles, como un medio para alcanzar el saber. Platón, como un aprender a morir. Plotino, un místico neoplatónico, predicaba esta actividad espiritual para mejorar moralmente al individuo. Y, finalmente, Beethoven utilizaba esta expresión cuando componía. Por lo tanto esta expresión que antiguamente tenía un ámbito semántico mucho más amplio, quedó reducido desde San Ignacio al círculo religioso. En consecuencia y con permiso de quien corresponda, de aquí en adelante a estos ejercicios espirituales les llamaré "ejercicios religiosos del alma" y a las actividades del espíritu, sean religiosas o no, les llamaré "ejercicios espirituales".
Ahora ya me siento más a gusto con el nuevo sentido de la expresión. Y me siento más a gusto porque a mis años he descubierto que yo soy un gran amante de los ejercicios espirituales. Amo los ejercicios espirituales porque me quiero mejorar día a día como persona.(Las connotaciones religiosas se las pongo yo, si las hubiere). Hago ejercicios espirituales cuando mi alma me lo pide. Surgen de una forma natural y espontánea. Los hago en el silencio y en el bullicio. En la cama o en la playa. En recogimiento o en algarabía. Pero mis ejercicios espirituales son míos, nadie me los dictó. Me vienen al dedillo y los digiero sin necesidad digestivos. Me noto mejor como persona precisamente porque ahora me siento más definido ante los demás. Soy yo, no los demás.
En los últimos tiempos he encontrado una forma maravillosa de hacer ejercicios espirituales. Se trata de escribir. Escribir lo que sale de dentro de ti, sin miedos, ni demagogias, sin animo de dar lecciones, sin animo de influir en nadie, porque como he dicho más arriba, para comunicarte con Dios no necesitas a nadie, sólo pararte y dejar que te llueva.