miércoles, 9 de junio de 2010

JUGANDO CON EL TIEMPO

El hombre es un ser que juega y lo hace a lo largo de su vida. De pequeño lo hace con la pelota, con el aro o con las casitas. De adulto juega a la lotería, a los placeres ocultos y a los arriesgados juegos de manos. Pero cuando aparecen canas le da por jugar con algo que a veces resulta peligroso: el tiempo. Hasta entonces no habíamos echado cuenta de esta dimensión de nuestra vida, pero de pronto nos damos cuenta que el tiempo, tanto el que ha pasado como el que queda por llegar son una carga y una pesadilla respectivamente.
Un buen día notas esa arruga en la frente o ese pelo que se va volviendo gris o el tigre que había dentro de ti y que ya se va pareciendo más a un perrito faldero. Todo canta la decrepitud. La conciencia lo recibe y la huella queda como la marca de la res en sus cuartos traseros. Tú te revuelves contra ti y contra la vida y buscas culpables. Pronto lo encuentras. Culpable el tiempo. Los años que van desde que naciste se han arrugado en tu frente, en tu sexo y en tu alma. Maldices el tiempo. ¡Todo se ha ido en un suspiro! Pero no. No se ha ido nada. Todo está ahí, en tu cara, en tu sexo y en tu alma. Es que estás ciego. No ves nada. Es que esto es la vida: sentir, no sentir. Subir, deslizarse. Ser, ir no siendo. Y tú te enfadas porque no has vivido la vida. Y entonces decides jugar con el tiempo. Engañar al tiempo.
Decides eliminar esa arruga, que es el resultado de mil horas de pensamiento. Decides operarte los pechos, que han sido la fuente de la vida. Decides vender tu alma al demonio si te da algo de juventud, como si la juventud fuera la fuente de la felicidad. Pero el tiempo sigue inexorable. Sigue con su trabajo debajo de nuestra piel, porque el tiempo nos está construyendo y no da pasos atrás. Tú no quieres vivir en el tiempo y te propones engañarlo. Se produce un desajuste. Dos tiempos viviendo dentro de ti. La mentira. Y entonces no disfrutas de esos años del otoño, ni ves cómo las hojas de los árboles vuelan en caída libre hacia el descanso, ni cómo otras flores nacen gozosas con la energía que tu le vas dando. Se está produciendo el misterio de la vida. Porque la vida no es sólo tu vida. La vida es la vida de la humanidad. Pero tú en un acto de sumo egoísmo decides ser eterno. Precisamente la eternidad está en ir dejándose ir, para que otros nos continúen. Cuando notes que la arruga se hace más acusada, que tu sexo suspira por la paz y que tu alma se nota algo cansada sube a una montaña y entona la canción de la vida para que te sientas en armonía contigo y con todo.


miércoles, 2 de junio de 2010

LASTRE

Un barco navega por el agua como nosotros navegamos por la vida y ese peso que un día pudo ser nuestra salvación, hoy supone un esfuerzo sobrehumano que nos agobia vitalmente.
Durante la vida hemos sido marcados de muy diferentes maneras. Nos marca la sociedad. No nos marcan ni las plantas, ni los animales, ni el viento, ni el bosque. Nos marca la vida cuando nos relacionamos. Nos marca nuestra experiencia interior cuando sentimos, cuando sufrimos. Nos marca nuestro compañero, nuestro enemigo, nuestro vecino. Nos marca la envidia, el odio. Quedamos marcados cuando alguien nos humilla, nos despoja de nuestros derechos como personas. Nos marca la soberbia, el orgullo, la prepotencia. No nos marca el perro. El perro ama con amor de perro, incondicional. No nos marca el agua de lluvia. El agua de lluvia nos purifica. No nos marca el árbol. El árbol nos da vida. Nos marcan nuestros semejantes. "El hombre es un lobo para sus semejantes".
Tuve amigos y eso fue bueno. Me dieron momentos en los que sentí la proximidad de un ser humano que piensa y siente como tú. Compartimos ansias, deseos, experiencias con la tranquilidad de que en la Tierra existía otro ser como tú. No estábamos solos. Pero un día nos separamos y fue para siempre. Nos vimos al cabo del tiempo y no supimos qué decir. Fue extraño. Nosotros también éramos extraños. Ahí quedó un gran vacío.
Tuve mujer y sentí la voz de la naturaleza cuando ruge entre dos montañas. Amasé cuanto placer pude y bajé la cuesta del amor hasta llegar a la meta de la indiferencia. Todo cayó en el olvido. Sólo quedan las heridas que apenas se dejan ver debajo de la nueva piel que me ha salido.
Tuve una vocación y soñé. Soñé con ser pastor y llevar mi rebaño a los mejores pastos del valle y de la montaña. Soñé con dirigir a mis ovejas por el camino del amor y de la virtud. Yo mismo soñé con ser voz. Pero cuando dejé de soñar aterricé. Entonces huí y me escondí en una caverna profunda y oscura. Y eso me dejó una profunda decepción.
Quise triunfar en la vida. Trabajé y estudié. Me esforcé sobremanera. El día solo tenía horas para el esfuerzo. Pero cuando la montaña estaba medio vencida me invadió el desánimo y la desilusión.
Y ahora en el atardecer de la vida, cansado, medio hastiado, encorvado por el excesivo peso, desanimado a la vista del fin del camino, no sé reaccionar. Pienso que todo esto que me ocurrió durante mi vida es un lastre muy grande para mi débil carcasa. Pero también sé que el lastre, en los barcos, se tira por la borda cuando no se necesita. El lastre fue un día bueno como lo fue el amigo, la mujer, el sueño y el triunfo. Pero hoy me abruma, me pesa demasiado. Hay que aligerar el barco, despojarlo de lo que no sirve, de lo que le hace daño. Un día fue bueno. Ya no. A estas edades debemos rodearnos de aire, que pesa poco. Disfrutar de la vida con nueva mirada. Mirarlo todo con los ojos llenos de experiencia y de sabiduría. Mostrando a la vida tu cuerpo etéreo donde nadie pueda hundir su espada. Así resbalaremos la última pendiente gozosos de ser, de ser plenamente, huidos ya de ese ruido que no nos dejaba descansar.