viernes, 9 de abril de 2010

Volar con alas de gallina

Cuando yo era niño, es decir, ayer, me entretenía mucho en el corral de mi casa. Aquello era una ciudad de animales en la que yo era el comandante en jefe. Emborrachaba a los pollos, me montaba en la cabra, como si fuera un caballo, hacía competiciones con las gallinas a ver la que volaba más lejos, construía mis casicas de barro, robaba palomas al vecino con mi palomo gabacho y hasta ponía las costillas de alambre para cazar gorriones en los días de lluvia fina. Eso era el corral de mi casa, un mundo, mi mundo. Un mundo muy serio, como acostumbra a ser el mundo de los niños. Por eso el día que tuve que entrar en la escuela se necesitaron tres adultos, los cuales, agarrándome dos por los pies y un tercero por la espalda, consiguieron sentarme en el primer pupitre que encontraron. Mi vida no estaba echa para meterme entre esas cuatro paredes. El pequeño mundo más fructífero de toda mi existencia quedó atrás y enterrado definitivamente.
Hoy, cuando me he puesto delante del ordenador, he querido traer al papel una parte de ese mundo. Mi madre tendría en el corral sobre una docena de gallinas y un par de gallos. ( De estos últimos aprendí mucho para tratar correctamente a las mujeres). Las gallinas solían tener el pescuezo pelado, el color de un rubio apagado y eran en general muy vivarachas. Yo disfrutaba echándole el trigo, pues venían corriendo, incluso volando de los extremos del corral. El gallo, impresionante de color y de figura, se mostraba dulce y delicado cacareando cualquier grano de trigo que mostraba a su gallina preferida. Yo me extasiaba mirando cómo funcionaba esta sociedad de gallos y gallinas. Sin embargo en mi corta edad yo no entendía por qué las gallinas teniendo alas como los demás pájaros, no volaban como ellos.
Un día, estando en estas meditaciones de corral, me propuse enseñarles a volar a las gallinas. Para eso necesitaba gallinas y una altura. Las gallinas ya las tenía. La altura sería el tejado del corral, que por otra parte no era muy alto. Cogí una escalera y la apoyé en la pared. Encerré las gallinas en un corralito de donde las sacaba, las subía al tejado y mediante un empujoncito las pobres gallinas volaban, no siempre en la dirección que yo quería, hacia el interior del corral. El aterrizaje no siempre era suave, a veces hocicaban en medio de ensordecedores alaridos de gallina. Yo anotaba con una raya en el suelo el punto de contacto de mis esforzadas amigas. Así lo hice varios días, hasta que un poco decepcionado por los resultados, opté por dejar el experimento y admitir que las gallinas tenían alas que no les servían para volar, al menos para vuelos largos. Hoy, no mucho más sabio que ayer, pienso que las alas de gallina valen para hacer vuelos de gallina, como subirse al ponedero o al palo donde duermen y para de contar.
El otro día pensando en las tonterías que me da por pensar cuando no tengo nada que pensar, pensé que a los humanos,a los mortales, a las personas nos ocurre lo mismo que a las gallinas cuando volamos desde alturas para las que nuestras alas no están preparadas. Somos personas, es decir, animales y espíritu, no sé exactamente en qué proporción, pero seguro que en una proporción que la naturaleza lo tiene que saber para que haya un equilibrio entre esas dos fuerzas que actúan dentro de la persona. Sentirse divino es volar demasiado alto, demasiado largo. Sentirse humano es volar demasiado bajo, tal vez como un avestruz, o sea, nada. ¿Qué pasa, entonces, cuando una persona vuela divino? Pues pasa que al perder adherencia vuela descontrolado y se estrella. ¿Sabéis de alguien que haya volado demasiado espíritu y se haya estrellado? Tal vez no lo conozcáis o tal vez sí. Tal vez nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos querido ser demasiado espíritu y como el espíritu pesa poco vuela alto y desconociendo las regiones por donde vuela se desnaturaliza perdiendo su propia identidad de persona. Necesitamos, como seres humanos, una buena dosis de humildad para saber lo que somos. Ser hoy animal y mañana ángel, no estaría mal. Pensad que la humilde gallina vuela, pero con vuelo corto, es decir, con vuelo de gallina, que es exactamente como tiene que volar.




3 comentarios:

  1. Amigo Juanjo, me ha gustado,como todos, este escrito sobre "volar con alas de gallina" y digo que me ha gustado ya que si hubiésemos sido tú y yo hermanos podíamos haber formado un dúo muy bueno ya que unos de mis entretenimientos también era ese.
    Y qué razón llevas en que se siente uno libre al hacer lo que le gusta y como le gusta.
    Muy buena la anécdota de tu entrada en la escuela ya que eso te identifica como una persona indomable en el buen sentido de la palabra.
    Muy buenas también las descripciones que haces de las gallibnas y del gallo y la relación de poder y humildad entre uno y otras.
    En definitiva sigue con tus escritos pues, aparte de hacerme compañía, me enriquecen tanto que cada día espero con ansia el nuevo.
    Un abrazo .
    Miguel

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  2. Hola, amigo Miguel. De esa sociedad de gallos y gallinas y de otras parecidas aprendí muchas cosas. En mi niñez me pasé muchos ratos mirando sus comportamientos. La verdad es que hasta los diez años fue una etapa libre y salvaje para mí. Tengo un cierto amor platónico hacia esos días que representan la parte más aveenturera de mi existencia.Probablemente no sepa definir la libertad, pero sí que sé cuando lo he sido. Gracias por tu apoyo. Un fuerte abrazo. Juanjo.

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  3. querido jubilado el ocho de mayo sera el noticion y entoces seremos libres, porque aque que tiene la verdad sera libre por los siglods de los siglos amen. ¡que locos + Pero de ellos tb sera el paraiso besos

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