Me contaba el otro día mi amigo Paco, un sevillano muy gracioso pero más desubicado que un loro en un gallinero, su experiencia personal al respecto. "Mira Juanjo, me decía, yo tengo a mi mujer y a mis niños en Sevilla, como tú sabes. Voy a verlos cada quince días.(Paco trabaja en una empresa de Barcelona). Me paso el fin de semana con ellos. Sueño con la hora de coger el AVE y volar hacia ellos. Tengo verdaderas necesidades de estar con Macarena. ( Su mujer). De hablar con ella, de contarle mis vicisitudes en la empresa, de decirle que todo el día me lo paso acompañado de su recuerdo y con verdaderas ganas de estrujarla entre mis brazos. Cuando salgo de la empresa me voy a mi piso y no salgo con los compañeros. Es que no me apetece salir. Te lo digo sinceramente. Lo primero que hago es coger el teléfono, tirarme en el sofá y pasarme horas hablando con ella. Hablamos plácidamente, todo funciona a la perfección, no se oye una palabra más fuerte que otra. Incluso, a veces, revivimos nuestras horas mágicas en el amor, nuestras horas locas vividas en cualquier rincón donde apretó el zapato. Hacemos proyectos para el fin de semana. Proyectos de esos que se hacen con los ojos cerrados, que son los más clarividentes. Pero todo esto, amigo Juanjo, que parece tan bonito sobre el papel, se convierte en un infierno cuando estamos juntos. Nada sale como habíamos planeado. Los niños se descontrolan, los amigos nos programan el fin de semana, los suegros hacen de mi casa su casa, mi mujer me pone sobre la mesa la cruda realidad de los problemas de cada día y entonces el dulce cariño por mí soñado veo como se va volando, que te digo que lo veo, que me siento impotente, porque mi mujer, además, me dice que esta es la realidad y que yo soy un idealista. Y cuando todo esto pasa me entra una mala leche que no me puedo aguantar. Entonces el dulce marido en la distancia se convierte en un ogro. Mi mujer se convierte en otro ogro y el paraíso, en un campo de batalla. Esto es cada semana. Los motivos los más dispares. El domingo por la tarde cojo el tren de vuelta para Barcelona y a la vez que el tren vuela sobre la vía, mi espíritu se va serenando, todo lo que pasó sólo hace una horas se va olvidando y el cariño va entrando en mi corazón. Y yo, un poco irónicamente, me pregunto: ¿Estaré destinado yo a querer en la distancia? "
Esto me contaba mi amigo Paco el otro día en un arranque de sinceridad. La verdad es que la realidad, a veces, es muy cruda y provoca reacciones alérgicas importantes. Pero, vamos, la vida que Paco vivi en Barcelona también es realidad, aunque quizás sea menos realidad.
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