lunes, 25 de octubre de 2010

CIELOS E INFIERNOS

Y después de la vida, ¿qué viene? ¿Vendrá el cielo con su jerarquía de arcángeles y querubines? ¿Vendrá el infierno con su crepitar de almas que cual salchichas incombustibles se dorarán eternidad tras eternidad en un festival de barbacoas de feria celestial?
¿Qué será el infierno? ¿Será una cueva profunda, un desierto abrasador, un mar de llamas? ¿Será una vida sin consuelo, un estómago vacío, una soledad desesperada? Un día vi el infierno en sus ojos y nunca los olvidé.
¿Qué será el cielo?¿Un paraíso de frondosos árboles, una luz que da vida, una presencia que llena? ¿Será tu mirada en la mía, será la sonrisa de un niño, será una conciencia tranquila? Un día vi la paz en tus ojos y sentí el cielo dentro de mí.
De pequeño, soñaba a menudo con el infierno que me enseñaron mis mayores y de día, todo despierto, soñaba con el cielo que también me enseñaron mis mayores. El cielo y el infierno marcaron a fuego mis días y mis noches. Quemaron mis alas y mis carnes y todo olía a pecado. Ese hedor se deslizó por la fácil ladera del valle de la vida, como si de una niebla negra y espesa se tratara. La vida, entonces, quedó manchada, enferma, en parálisis.
La vida es un suspiro, pero es real. No es una quimera. Vivimos cada vez que respiramos, cada vez que amamos, cada vez que morimos, porque la muerte no es más que el lado oscuro de la vida.
Morir en tus brazos, tal vez sea vivir en el cielo. Olvidar que por el hecho de vivir hay un premio o un castigo, tal vez sea vivir en el cielo. Agachar la cabeza y centrarnos en nuestro redondo y mortal ombligo, tal vez sea vivir en el cielo. Porque el cielo está aquí, allí y más allá. Porque alguien muy sabio dijo un día: "Lo mismo en lo grande que en lo pequeño, lo mismo en lo alto que en lo bajo, lo mismo en el la Tierra que en el Cielo".

lunes, 11 de octubre de 2010

INSTINTO

Los humanos, no sé si los animales también, tenemos muchas formas de conocer el mundo que nos rodea. La mayor parte de ellas nos viene dado por experiencias propias o ajenas, por teorías de filósofos o científicos que las han expresado ante fenómenos naturales o de cualquier tipo.
Sin embargo esta forma de conocer, imprescindible para avanzar y completar nuestros conocimientos es un tanto impersonal, porque nos viene dada desde fuera sin que nosotros como ser que piensa y siente tome parte en el festín del saber.
Sin embargo hay otra forma de conocer el mundo que nos rodea e incluso nuestro mundo interior. Esta es el instinto.
El instinto es una especia de intuición que tenemos de las cosas sin que en ese resultado intervengan otros saberes exteriores. Toda persona, sea culta o analfabeta, tiene su propia forma de sentir el mundo. El mundo influye en cada uno de nosotros de una forma diferente, creando respuestas también diferentes y únicas. Por eso, cuando se trata de temas importantes, transcendentales probablemente nos fiemos más de nuestro instinto que de cualquier teoría filosófica de pensadores de relieve. Incluso diría más, nadie se aventura a expresar una teoría en contra de su instinto, o dicho de otro modo, sin tenerlo en cuenta. Sería algo que desnaturalizaría nuestra respuesta como seres pensantes.
Por eso creo que al instinto hay que hacerle caso, tenerlo en cuenta, aunque sea una forma de conocer que nos parezca poco rigurosa, científicamente hablando, pero es la forma que va a poner la guinda al pastel de nuestras creencias o saberes. Muchos científicos, guiados por el olfato de su instinto, han llegado a grandes descubrimientos, porque, llegados al punto en que la ciencia y el razonamiento se niegan a seguir, sólo te queda el recurso de tu "olfato".
De esta manera, cuando alguien nos da una respuesta, su respuesta, a alguno de los grandes temas transcendentales: El sentido de la vida, la muerte, Dios, el cielo y el infierno, la vida después de la vida, etc. hemos de escucharla con todo el respeto, porque esa respuesta es, nada más y nada menos, que el resultado de todas las influencias que recibimos del mundo que nos rodea, aparentemente irracionales, y que, tal vez, por simpatía, nos hace inclinarnos hacia un lado o hacia otro. Pero no os riáis de esto, porque por simpatía también se han formado los mundos y al parecer funcionan como un reloj suizo.
Si alguien afirma que Dios existe, que el cielo es para los mansos, que la muerte sólo es el principio de algo o que la vida es un trocito de eternidad que tomó vida en un chispazo de tiempo quien somos nosotros para ir en contra de esa creencia que procede de ese instinto que en un mo mento de interna reflexión te dice:ese es tu camino, levántate y anda.

jueves, 23 de septiembre de 2010

AMAR CONTRA UN TERCERO

El amor es un sentimiento universal y cuando digo universal me refiero a todos los seres sensibles y no sensibles. Es una propiedad consustancial a todo lo que existe y por ella nos movemos en una u otra dirección.
El amor tendría que ser una palabra diferente a un "te quiero". Al amor no se le supone egoísmos. El amor es dar sin esperar y esto no se da en la realidad. Siempre se espera algo, aunque sea inconscientemente, aunque te empecines en no quererlo. Decir "te quiero" refleja más la verdad. Un "te quiero" viene a decirnos que te necesitamos. Te necesitamos para construírnos a nosotros mismos. Somos incompletos por naturaleza, que no imperfectos. Una madre necesita un hijo para realizarse como madre , o mejor dicho, para ser madre; como un átomo necesita a otro átomo para completarse en molécula. Esto me lleva a pensar que el amor es siempre egoísta, pero un egoísmo necesario para que seamos lo que somos.
Existen muchas clases de amores. Tantas clases como seres existen. Cada clase es un mundo. Cada clase tiene su historia. (Aquí no hablaré del amor de Dios, pues me faltan algunos datos). El amor de una madre, que esturrea por el mundo trozos de su propia vida y sufre. Sufre porque quiere proteger a sus hijos y no puede. El amor de un perro por su amo. Nadie necesita más un amo que un perro y nadie necesita más un perro que un ciego. El amor por mí mismo. Tal vez el mejor de todos, pues sin él no tendría ánimos para engullir en mi corazón todo lo que amo. El amor por las cosas. El único problema es que nunca sabré si ellas me quieren a mi en la misma proporción en que yo las quiero a ellas.( No os riáis, pero yo he llegado a dar un beso al coche después de un largo viaje, en agradecimiento). El amor a los desconocidos. Sentado en mi balcón en las noches del verano veo levantar vuelo a los aviones e inevitablemente les envío un sentimiento de amor junto con un deseo de buen viaje. El amor por los que sufren, porque el sufrimiento a veces es excesivo e insoportable, totalmente innecesario para una vida que tiene fecha de caducidad. El amor por los árboles. ¿ Ya le cantas, le acaricias, cuidas a ese arbolito que tienes en tu jardín? No estoy loco, crecen mejor con cariño. El amor al mar y a la tierra. Los indios de América nos podrían contar mucho de este amor. Ellos nunca olvidan a su madre. Un día nos envolverá.
Sin embargo he encontrado una forma de amar que es un poco atípica. Es el amor contra un tercero. Es un amor que se da mucho más de lo que podríamos pensar. Probablemente lo hemos disfrutado o lo hemos padecido a lo largo de nuestra vida. Se podría definir así: TE QUIERO A TI PORQUE NECESITO ODIAR A AQUEL Y DESEO HACER ESTA ALIANZA PARA FASTIDIARLO MEJOR. Es un amor que como mínimo necesita a tres personas para que se dé. Es como una aberración en el sentimiento del amor, porque fabricas odio sirviéndote del amor. El amor que en principio debería ser todo bondad, cariño, dulzura se convierte en un dardo envenenado que lanzas continuamente contra aquel, objeto de tus iras.

miércoles, 9 de junio de 2010

JUGANDO CON EL TIEMPO

El hombre es un ser que juega y lo hace a lo largo de su vida. De pequeño lo hace con la pelota, con el aro o con las casitas. De adulto juega a la lotería, a los placeres ocultos y a los arriesgados juegos de manos. Pero cuando aparecen canas le da por jugar con algo que a veces resulta peligroso: el tiempo. Hasta entonces no habíamos echado cuenta de esta dimensión de nuestra vida, pero de pronto nos damos cuenta que el tiempo, tanto el que ha pasado como el que queda por llegar son una carga y una pesadilla respectivamente.
Un buen día notas esa arruga en la frente o ese pelo que se va volviendo gris o el tigre que había dentro de ti y que ya se va pareciendo más a un perrito faldero. Todo canta la decrepitud. La conciencia lo recibe y la huella queda como la marca de la res en sus cuartos traseros. Tú te revuelves contra ti y contra la vida y buscas culpables. Pronto lo encuentras. Culpable el tiempo. Los años que van desde que naciste se han arrugado en tu frente, en tu sexo y en tu alma. Maldices el tiempo. ¡Todo se ha ido en un suspiro! Pero no. No se ha ido nada. Todo está ahí, en tu cara, en tu sexo y en tu alma. Es que estás ciego. No ves nada. Es que esto es la vida: sentir, no sentir. Subir, deslizarse. Ser, ir no siendo. Y tú te enfadas porque no has vivido la vida. Y entonces decides jugar con el tiempo. Engañar al tiempo.
Decides eliminar esa arruga, que es el resultado de mil horas de pensamiento. Decides operarte los pechos, que han sido la fuente de la vida. Decides vender tu alma al demonio si te da algo de juventud, como si la juventud fuera la fuente de la felicidad. Pero el tiempo sigue inexorable. Sigue con su trabajo debajo de nuestra piel, porque el tiempo nos está construyendo y no da pasos atrás. Tú no quieres vivir en el tiempo y te propones engañarlo. Se produce un desajuste. Dos tiempos viviendo dentro de ti. La mentira. Y entonces no disfrutas de esos años del otoño, ni ves cómo las hojas de los árboles vuelan en caída libre hacia el descanso, ni cómo otras flores nacen gozosas con la energía que tu le vas dando. Se está produciendo el misterio de la vida. Porque la vida no es sólo tu vida. La vida es la vida de la humanidad. Pero tú en un acto de sumo egoísmo decides ser eterno. Precisamente la eternidad está en ir dejándose ir, para que otros nos continúen. Cuando notes que la arruga se hace más acusada, que tu sexo suspira por la paz y que tu alma se nota algo cansada sube a una montaña y entona la canción de la vida para que te sientas en armonía contigo y con todo.


miércoles, 2 de junio de 2010

LASTRE

Un barco navega por el agua como nosotros navegamos por la vida y ese peso que un día pudo ser nuestra salvación, hoy supone un esfuerzo sobrehumano que nos agobia vitalmente.
Durante la vida hemos sido marcados de muy diferentes maneras. Nos marca la sociedad. No nos marcan ni las plantas, ni los animales, ni el viento, ni el bosque. Nos marca la vida cuando nos relacionamos. Nos marca nuestra experiencia interior cuando sentimos, cuando sufrimos. Nos marca nuestro compañero, nuestro enemigo, nuestro vecino. Nos marca la envidia, el odio. Quedamos marcados cuando alguien nos humilla, nos despoja de nuestros derechos como personas. Nos marca la soberbia, el orgullo, la prepotencia. No nos marca el perro. El perro ama con amor de perro, incondicional. No nos marca el agua de lluvia. El agua de lluvia nos purifica. No nos marca el árbol. El árbol nos da vida. Nos marcan nuestros semejantes. "El hombre es un lobo para sus semejantes".
Tuve amigos y eso fue bueno. Me dieron momentos en los que sentí la proximidad de un ser humano que piensa y siente como tú. Compartimos ansias, deseos, experiencias con la tranquilidad de que en la Tierra existía otro ser como tú. No estábamos solos. Pero un día nos separamos y fue para siempre. Nos vimos al cabo del tiempo y no supimos qué decir. Fue extraño. Nosotros también éramos extraños. Ahí quedó un gran vacío.
Tuve mujer y sentí la voz de la naturaleza cuando ruge entre dos montañas. Amasé cuanto placer pude y bajé la cuesta del amor hasta llegar a la meta de la indiferencia. Todo cayó en el olvido. Sólo quedan las heridas que apenas se dejan ver debajo de la nueva piel que me ha salido.
Tuve una vocación y soñé. Soñé con ser pastor y llevar mi rebaño a los mejores pastos del valle y de la montaña. Soñé con dirigir a mis ovejas por el camino del amor y de la virtud. Yo mismo soñé con ser voz. Pero cuando dejé de soñar aterricé. Entonces huí y me escondí en una caverna profunda y oscura. Y eso me dejó una profunda decepción.
Quise triunfar en la vida. Trabajé y estudié. Me esforcé sobremanera. El día solo tenía horas para el esfuerzo. Pero cuando la montaña estaba medio vencida me invadió el desánimo y la desilusión.
Y ahora en el atardecer de la vida, cansado, medio hastiado, encorvado por el excesivo peso, desanimado a la vista del fin del camino, no sé reaccionar. Pienso que todo esto que me ocurrió durante mi vida es un lastre muy grande para mi débil carcasa. Pero también sé que el lastre, en los barcos, se tira por la borda cuando no se necesita. El lastre fue un día bueno como lo fue el amigo, la mujer, el sueño y el triunfo. Pero hoy me abruma, me pesa demasiado. Hay que aligerar el barco, despojarlo de lo que no sirve, de lo que le hace daño. Un día fue bueno. Ya no. A estas edades debemos rodearnos de aire, que pesa poco. Disfrutar de la vida con nueva mirada. Mirarlo todo con los ojos llenos de experiencia y de sabiduría. Mostrando a la vida tu cuerpo etéreo donde nadie pueda hundir su espada. Así resbalaremos la última pendiente gozosos de ser, de ser plenamente, huidos ya de ese ruido que no nos dejaba descansar.

martes, 18 de mayo de 2010

Luces y borracheras

A veces cuando repaso la historia de la humanidad observo que tiene un gran parecido con la historia de un hombre cualquiera. El siglo XVIII, llamado el Siglo de la Razón, el Siglo del Iluminismo o el Siglo de las Luces, todo el pensamiento estaba basado en la razón y todo lo que se oponía a la luz de la razón era desestimado como algo oscuro y sin validez alguna. Nosotros en nuestra vida particular pasamos por etapas en la que damos primacía a la razón sobre nuestros sentimientos. Rechazamos todo lo que repugne a nuestra mente, a nuestro ideario, a nuestros dogmas. Lo irracional lo vemos como de seres inferiores. Los sentimientos, pensamos, no son de fiar, pues no están sometidos a las reglas de la razón.
Sin embargo, también podemos contemplar la historia desde el punto de vista de la irracionalidad, del sentimiento, de la intuición. Ahora nos situamos en el siglo XIX. El Romanticismo. Lleno de pasión, de dolor, de aventura, de sentimiento. No hay normas. Se mira más hacia dentro del individuo, a la experiencia dolorosa de la vida. Hacia lo que nos hace vibrar de sufrimiento, de angustia o de palpitación de lo inesperado e incierto. El filósofo sueco Soren Kierkegart habla desde su sufrimiento y desde su dolor. Su reflexión no es sobre el universo, ni sobre los grandes temas de la metafísica que hasta ahora habían traído de cabeza a los filósofos. Él habla desde su interior, desde su fe, desde su ser como pecador. El hombre particular, en su caminar diario, también pasa por etapas en las que las únicas luces que divisa son las de las luciérnagas que en las frías noches del invierno alumbran el firmamento. Ellos piensan que lo que sienten, lo que intuyen, lo que esperan, lo que ansían es algo que sienten en lo más hondo de su ser y eso no puede ser mentira.
Miremos ahora a ese ser que camina por la calle, arrojado a este mundo (como diría Martin Heidegger), obligado a la existencia. Ese ser que a lo largo de su vida se hace una serie de preguntas para las que no encuentra respuestas y que por eso se angustia. Que sólo sabe una cosa cierta y que esa cosa no le gusta y le aterroriza. Que ante ese vacío se pone a pensar, se descalabacina, hace teorías y más teorías en las que todo encaje y al final se decide. Pero esa decisión sólo tiene dos caminos y ninguno le deja relajado y ninguno le llena y le da miedo elegir. Pero al final se decide. Y decide ser luz, ser casi Dios, científico de la ignorancia, agorero de la nada. Y disimula y toda la vida disimula. Pero en lo más hondo de su corazón sabe que no sabe nada. Que está peor que al principio y así camina un día y otro, hasta que la luz se apaga.
A veces ese ser que camina por la calle, arrojado a comerse el tiempo para hacerse a sí mismo, toma el otro camino, porque se ha dado cuenta que sus luces no son nada en la bóveda del universo. Que la luz no le llevará por el camino que ansía y entonces convierte esa ansia en camino. Y no se convierte en Dios pero cree en Dios. Necesita creer en Dios y lo necesita con formas, lo más parecido a nosotros, entrañablemente Dios y entrañablemente hombre. Necesita su protección eterna. Pero se tropieza de frente con su razón que mueve la cabeza negando. Y se encuentra en ese dilema vital, existencial que le angustia. Y grita y se emborracha. Se emborracha de fe, se emborracha de irracionalidad, se emborracha de ansias, de ilusiones. Se emborracha hasta olvidarse de sí mismo, se emborracha hasta llegar al coma etílico de la espiritualidad. Pero en lo más hondo de su corazón duda. Y esa duda le angustia. ¿Es el hombre un ser o es una duda? Como ser, es un ser que duda. Como duda es algo que presupone un ser. En fin que no salgo de lo mismo. Estoy pensando que voy a dejar estos temas y me voy a poner a ver la tele que es otra forma de emborracharse y sea lo que Dios quiera.

lunes, 17 de mayo de 2010

Consideraciones al atardecer

CONSIDERACIONES AL ATARDECER


Me quedaré cerca de vosotros...cuando me muera. Cerca de los que me aman, sólo de los que me aman. No estoy por estar disimulando toda la eternidad. Me quedaré sin conciencia y no me conocerá ni mi madre, yo que siempre he esperado morirme para poder volver a verla. Pero ahora que aún soy persona, es decir nadie, y desde la humildad que dar no ser nada, quiero haceros algunas consideraciones. Pido a mis herederos, es decir, a los que me recuerden, que me recuerden. Que no se olviden de mí demasiado rápido, que hablen de mí y de mis ocurrencias, pues me gustaría vivir un poquito más de lo que me ha pertenecido. Ya sabéis que tengo un punto de narcisista. Me molesta mucho perder mi identidad. Vivir sin carnet. No ser yo o quizás ser un yo difuminado, que es lo mismo que nada. Me da miedo la oscuridad y me aterroriza la soledad. Mucho tiempo, mucho espacio, mucho frío. Será difícil encontrar a alguien con quien charlar. Volveré a mi nube, de la que salí en un zig-zag de luz y existencia. Allí, dentro de ella, no soy nada y lo soy todo. Tendré que acostumbrarme a esta nueva forma de existencia, yo que estaba acostumbrado a mi piel que me aislaba de todo. Perderé mi intimidad. No habrá leyes que me protejan. Dejaré mis apegos y mis placeres en el tiempo en que ocurrieron. Allí estaremos fuera de tiempo. Esta cosa tan provinciana del día y la noche hay que desecharla. Todo será día o todo será noche. El mundo dual se ha terminado.

Me costará dejar mis pequeñas riquezas: Mis juguetes de la infancia, el primer libro que me abrió al misterio de la letra impresa y los primeros versos que dediqué a María. Recordaré las tardes lluviosas

junto al fuego y sus caprichosas formas. Los paseos con Roque, mi perro ciego y lúcido a la vez. Volaré sobre los campos llenos de trigo verde, donde retozábamos al salir del colegio. Volveré a leer, en las

tardes de primavera, sentado en la caliente acera, los tebeos de Roberto y Pedrín. Cosas así repasaré en un tiempo que ya no será tiempo. Y en ese tiempo sin tiempo y en esa casa vacía y oscura y en esos corazones amigos descansaré por algún tiempo más. Pediré un plus de existencia. Quiero vivir en vuestro pensamiento, quiero limpiar mi imagen sucia por la mirada distorsionada del hombre. En el recuerdo todos somos buenos. La última foto siempre fue la mejor. Quiero entrar en la Gran Casa con mis ropitas limpias y mi cara bien lavada. Me da igual que me digáis que si existe o que si no existe, que si hay o que si no hay. Los mundos son de muchas formas y como Dios creó los suyos, pues yo creo los míos. ¿O acaso no estamos hechos a imagen y semejanza de Dios?

Mi mundo será un mundo cercano. Sólo un paso. A lo sumo dos. No me verás, pero yo estaré ahí. Seré viento en tu pelo y gota de sudor que recorre tu espalda. Descansaré sobre tu pecho y, ya sin censura, escucharé los latidos que me marcarán tus tiempos. Rodearé tu cintura con mis brazos de espuma y tú dormirás sin ver la mano que te mece. Cuando por la mañana despiertes te sentirás ligera porque yo te di un poco de lo mío. Me sentiré todo con todos y parte contigo. Ni tú encelarás ni yo encelaré. Todo será mío y todo será tuyo, pero lo que viví contigo lo guardaré siempre en mi corazón de nieve. Te esperaré más allá del cerro, donde la noche puede ser día y los días puede que no tengan horas. Así dejarás de mirar el reloj, cuando sentados en la playa contemplemos las olas, que es como contemplar las vidas. Las olas tienen nombre y tienen espuma. Las olas nacen y mueren. Cada ola tiene su tiempo para ser ola y para volver a su océano. Fue, pues ni una palabra más.

Dejaré sobre la superficie de la Tierra todo lo que hice. Al poco será polvo. Más adelante será Nada, que es ser, o mejor dicho, prepararse para ser. Y así siempre. Dejaré en las mentes de los que me acompañaron impresiones y recuerdos, que duraron mientras ellos duraron, porque mi historia no es para escribirla en los libros. Los pájaros me vieron desde arriba y las hormigas desde abajo. Quizás cada uno tenga una imagen diferente de mí, pero eso no importa. Yo, de niño, jugaba con las hormigas y vibraba cuando entre los trigales encontraba un nido de pájaro. Eso es vivir y no esperes más. Impresiones y más impresiones, para después volver al océano y disolverse. Pero está ahí, entre las aguas. Dejaré la pluma y el papel sobre el que desparramé mis pensamientos, mis sentimientos, mis ilusiones, mis miedos. Ellos, la pluma y el papel, me ayudaron a conocerme mejor. Toda mi vida fui un autodidacta. Sacar lo que llevas dentro es explicar la vida, tu vida.

Haré lo que nunca me atreví a hacer. Como decía Pablo Neruda en esa poesía escrita en su mayoría de edad :”Si yo volviera a nacer”. Si yo volviera a nacer sería más yo, consciente de que en este mundo te llevan y te llevan. No hay premio más grande en este mundo que ser uno mismo. Vivimos de interpretados, como dicen los filósofos. Vivimos otras vidas, no la nuestra. El Estado pone normas, la iglesia pone normas, la educación y las buenas maneras ponen sus normas y la televisión, ¡ay el mundo de la tele!, ese mundo no te pone sus normas, pero te pone algo más sofisticado, te pone sus modelos. Entonces ese modelo, como si fuera una doble figura se mete en tu cuerpo y tú ya no eres tú, sino que interpretas. Vives de interpretado y hablas como ellos, vistes como ellos, tienes los mismos gestos y cuando al fin un día reflexionas y te miras al espejo resulta que te desorientas porque no te reconoces. Yo reclamo ser yo y hacer las pequeñas cosas que me llenen. Así cuando llegue ese día sin nombre haré una larga lista de todo lo que no me atreví o no me dejaron hacer y me pondré manos a la obra. Después de todo esto quizás me reconozcan como un salvaje, pero ese salvaje seré yo y todo lo que salió de mi fue original, primera condición para ser auténticamente humano.

Volveré a vivir mis vidas. Todas mis vidas. La de niño, la de adolescente, la de adulto, la de padre, la de amante, la de frustrado, la de esposo, la de jubilado. Todas son vidas dentro de tu vida. La vida de niño no tiene nada que ver con la de adolescente. La vida de amante cubre todas mis vidas, pues siempre fui amante de algo y eso me tuvo entretenido. La vida de adulto fue muy breve, no me acuerdo cuando empezó ni cuando terminó. La virginidad la perdí a los seis años cuando me llevaron a la escuela. Para mí fue una auténtica violación. Hasta entonces era auténticamente virgen, salvaje. La vida de adolescente fue un tormento y la de padre un gran premio de la vida. Me sentí frustrado en breves ocasiones, pues mi impulso por la vida siempre ha sido muy fuerte. Volveré a vivir esas vidas para vivirla mejor.

Todo esto os digo a los queme queréis, ahora que aún soy persona. Porque cuando llegue esto que todos sabéis, no quiero por nada del mundo encontrarme solo y creo que voy a necesitar una mano. Seré un niño. A quien me la ofrezca le estaré eternamente agradecido.

lunes, 10 de mayo de 2010

Somos tiempo...entre otras cosas

Yo sé que plantearse estas cuestiones bien entrados ya en el siglo XXI huele un poco a rancio, pero qué le vamos a hacer, a mí estos temas me molan, como dirían los niños del cole. Hoy, seguro que tiene más prevalencia hablar de la droga, de las desigualdades entre países, de los avances de la ciencia, de la conquista del espacio o de ecos de sociedad por poner algunos ejemplos. Sin embargo nada de lo que tú pienses se puede dar sin el tiempo. El tiempo es la gran pizarra sobre la que todo se escribe, todo se pinta, todo se ejecuta, todo se inventa. Sin el tiempo nada es posible, porque todo lo que existe, sean objetos o pensamientos, necesitan la sucesión de los días para que se pueda ejecutar. No hace mucho dije que el tiempo era como una cinta transportadora sobre la que nosotros vamos poniendo nuestras acciones, pensamientos, deseos, sentimientos, sufrimientos. Hoy voy un poco más allá y digo que el tiempo forma parte de nuestro ser y que el tiempo es algo subjetivo y que sólo existe cuando tú lo piensas, porque si nadie pensara, nadie diría es de día o es de noche; o hoy es mi cumpleaños; o me faltan diez años para jubilarme; o la Tierra tiene una antigüedad de tantos millones de años. Nacemos en un a fecha y morimos en otra fecha. Ese es tu tiempo. Cuando ocurre ese fatal accidente el tiempo ha acabado, tu tiempo ha acabado. Entre esas dos fechas tu vas llenando tu vida de contenido pero la llenas con tiempo, de la misma forma que necesitas del aire, de la comida o del pensamiento. La única diferencia es que el tiempo es lo más esencial, pues sin él nada de lo que venga después se podría dar.
"En busca del tiempo perdido" es la impresionante obra de Marcel Proust. En sus 3.000 páginas el autor analiza minuciosamente el alma humana. Todo lo que una persona va desarrollando a todos los niveles durante su larga o corta vida. En esa vida todo lo que hace la persona va quedando atrás, y al igual que cuando vamos en tren , los objetos que ahora vemos dentro de unos segundos los vemos ya a lo lejos hasta que se pierden de vista. Probablemente nunca más los volveremos a ver. En la vida parece que pasa lo mismo. Tenemos sentimientos, sufrimientos, acontecimientos que con el tiempo se van borrando de la memoria. Sin embargo pienso que el tiempo es mucho más que esa cinta o esa dimensión, como se le llama propiamente, donde se van colocando todo lo que desarrollamos. Hoy pienso que el tiempo, bueno a mí no me gusta decir el tiempo como algo objetivo que existe fuera de la persona, me gusta decir mi tiempo, nunca puede decirse que sea perdido, pues si yo perdiera el tiempo perdería mi propio ser, ya que mi ser sin el tiempo no es nadie. Mi tiempo desde que lo inauguré viene conmigo, se transforma en mi propio ser, como si fuera un muelle extendido se va arrugando a la vez que yo voy avanzando sobre él. Mi historia se explica en el tiempo, mi biografía se explica igualmente en el tiempo, pero todo eso no es algo que haya quedado rezagado y perdido en el tiempo, porque ya he dicho que no existe el tiempo sino mi tiempo. Nada se perdió, todo está concentrado en mi persona en forma de vivencias, pensamientos, sentimientos, etc. Utilicé el tiempo como materia prima para hacerme a mí mismo. El tiempo pasado no existe. Sólo existe el presente como acumulación de acciones y desarrollos que ya has vivido y como generador de otros hechos o pensamientos que están en proceso. Cuando llegue el día del accidente, del fatal accidente, sospecho, tu tiempo habrá acabado, porque tú, que ya no serás tú, no tendrás capacidad de generar nuevos acontecimientos, porque entre otras cosas no tendrás tiempo con que fabricarlos.

lunes, 3 de mayo de 2010

Cariños en la distancia

Hay personas que sólo pueden quererse cuando hay tierra de por medio. Muchas de las parejas que se rompen lo hacen porque no pueden vivir juntas, pero el cariño existe.Existió en su día y hoy sigue existiendo, aunque con múltiples heridas tal vez. Dicen que el amor es una química. Yo diría que es una electroquímica. Existe entre los amantes una tensión eléctrica que al más mínimo contacto revolucionan la hormona del amor. Esta tensión, que generalmente es de atracción, también puede ser de repulsión. La proporción de una u otra es la que establece el equilibrio sentimental de la pareja. Recordemos esta antigua canción que decía: "Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio..." Cuando estoy contigo mi vida es un tormento. Cuando estoy sin ti mi vida sigue siendo un tormento. Algún filósofo dijo que el mejor matrimonio es aquel en que cada uno vive en su casa. (La verdad es que este filófoso era un poco misógino). Sí, alguien me dirá que con un poco de sacrificio se pueden solucionar estos problemas o que la gente, hoy, ya no se aguanta. Es verdad en algunos casos, pero hay otros en los que la vida bajo un mismo techo es imposible. ¿Funcionaría un matrimonio viviendo cada uno en su casa? ¿Sería la distancia la solución a este problema de incompatibilidad? Acaso en un futuro los constructores ofrezcan la opción de casas con una separación interior para las parejas que tengan este problema. Sería curioso que ahora que estamos borrando todas las fronteras, vengamos a poner barreras hasta dentro de nuestras propias casas. Sin embargo es la utilidad de las cosas lo que marcará el futuro.
Me contaba el otro día mi amigo Paco, un sevillano muy gracioso pero más desubicado que un loro en un gallinero, su experiencia personal al respecto. "Mira Juanjo, me decía, yo tengo a mi mujer y a mis niños en Sevilla, como tú sabes. Voy a verlos cada quince días.(Paco trabaja en una empresa de Barcelona). Me paso el fin de semana con ellos. Sueño con la hora de coger el AVE y volar hacia ellos. Tengo verdaderas necesidades de estar con Macarena. ( Su mujer). De hablar con ella, de contarle mis vicisitudes en la empresa, de decirle que todo el día me lo paso acompañado de su recuerdo y con verdaderas ganas de estrujarla entre mis brazos. Cuando salgo de la empresa me voy a mi piso y no salgo con los compañeros. Es que no me apetece salir. Te lo digo sinceramente. Lo primero que hago es coger el teléfono, tirarme en el sofá y pasarme horas hablando con ella. Hablamos plácidamente, todo funciona a la perfección, no se oye una palabra más fuerte que otra. Incluso, a veces, revivimos nuestras horas mágicas en el amor, nuestras horas locas vividas en cualquier rincón donde apretó el zapato. Hacemos proyectos para el fin de semana. Proyectos de esos que se hacen con los ojos cerrados, que son los más clarividentes. Pero todo esto, amigo Juanjo, que parece tan bonito sobre el papel, se convierte en un infierno cuando estamos juntos. Nada sale como habíamos planeado. Los niños se descontrolan, los amigos nos programan el fin de semana, los suegros hacen de mi casa su casa, mi mujer me pone sobre la mesa la cruda realidad de los problemas de cada día y entonces el dulce cariño por mí soñado veo como se va volando, que te digo que lo veo, que me siento impotente, porque mi mujer, además, me dice que esta es la realidad y que yo soy un idealista. Y cuando todo esto pasa me entra una mala leche que no me puedo aguantar. Entonces el dulce marido en la distancia se convierte en un ogro. Mi mujer se convierte en otro ogro y el paraíso, en un campo de batalla. Esto es cada semana. Los motivos los más dispares. El domingo por la tarde cojo el tren de vuelta para Barcelona y a la vez que el tren vuela sobre la vía, mi espíritu se va serenando, todo lo que pasó sólo hace una horas se va olvidando y el cariño va entrando en mi corazón. Y yo, un poco irónicamente, me pregunto: ¿Estaré destinado yo a querer en la distancia? "
Esto me contaba mi amigo Paco el otro día en un arranque de sinceridad. La verdad es que la realidad, a veces, es muy cruda y provoca reacciones alérgicas importantes. Pero, vamos, la vida que Paco vivi en Barcelona también es realidad, aunque quizás sea menos realidad.

viernes, 9 de abril de 2010

Volar con alas de gallina

Cuando yo era niño, es decir, ayer, me entretenía mucho en el corral de mi casa. Aquello era una ciudad de animales en la que yo era el comandante en jefe. Emborrachaba a los pollos, me montaba en la cabra, como si fuera un caballo, hacía competiciones con las gallinas a ver la que volaba más lejos, construía mis casicas de barro, robaba palomas al vecino con mi palomo gabacho y hasta ponía las costillas de alambre para cazar gorriones en los días de lluvia fina. Eso era el corral de mi casa, un mundo, mi mundo. Un mundo muy serio, como acostumbra a ser el mundo de los niños. Por eso el día que tuve que entrar en la escuela se necesitaron tres adultos, los cuales, agarrándome dos por los pies y un tercero por la espalda, consiguieron sentarme en el primer pupitre que encontraron. Mi vida no estaba echa para meterme entre esas cuatro paredes. El pequeño mundo más fructífero de toda mi existencia quedó atrás y enterrado definitivamente.
Hoy, cuando me he puesto delante del ordenador, he querido traer al papel una parte de ese mundo. Mi madre tendría en el corral sobre una docena de gallinas y un par de gallos. ( De estos últimos aprendí mucho para tratar correctamente a las mujeres). Las gallinas solían tener el pescuezo pelado, el color de un rubio apagado y eran en general muy vivarachas. Yo disfrutaba echándole el trigo, pues venían corriendo, incluso volando de los extremos del corral. El gallo, impresionante de color y de figura, se mostraba dulce y delicado cacareando cualquier grano de trigo que mostraba a su gallina preferida. Yo me extasiaba mirando cómo funcionaba esta sociedad de gallos y gallinas. Sin embargo en mi corta edad yo no entendía por qué las gallinas teniendo alas como los demás pájaros, no volaban como ellos.
Un día, estando en estas meditaciones de corral, me propuse enseñarles a volar a las gallinas. Para eso necesitaba gallinas y una altura. Las gallinas ya las tenía. La altura sería el tejado del corral, que por otra parte no era muy alto. Cogí una escalera y la apoyé en la pared. Encerré las gallinas en un corralito de donde las sacaba, las subía al tejado y mediante un empujoncito las pobres gallinas volaban, no siempre en la dirección que yo quería, hacia el interior del corral. El aterrizaje no siempre era suave, a veces hocicaban en medio de ensordecedores alaridos de gallina. Yo anotaba con una raya en el suelo el punto de contacto de mis esforzadas amigas. Así lo hice varios días, hasta que un poco decepcionado por los resultados, opté por dejar el experimento y admitir que las gallinas tenían alas que no les servían para volar, al menos para vuelos largos. Hoy, no mucho más sabio que ayer, pienso que las alas de gallina valen para hacer vuelos de gallina, como subirse al ponedero o al palo donde duermen y para de contar.
El otro día pensando en las tonterías que me da por pensar cuando no tengo nada que pensar, pensé que a los humanos,a los mortales, a las personas nos ocurre lo mismo que a las gallinas cuando volamos desde alturas para las que nuestras alas no están preparadas. Somos personas, es decir, animales y espíritu, no sé exactamente en qué proporción, pero seguro que en una proporción que la naturaleza lo tiene que saber para que haya un equilibrio entre esas dos fuerzas que actúan dentro de la persona. Sentirse divino es volar demasiado alto, demasiado largo. Sentirse humano es volar demasiado bajo, tal vez como un avestruz, o sea, nada. ¿Qué pasa, entonces, cuando una persona vuela divino? Pues pasa que al perder adherencia vuela descontrolado y se estrella. ¿Sabéis de alguien que haya volado demasiado espíritu y se haya estrellado? Tal vez no lo conozcáis o tal vez sí. Tal vez nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos querido ser demasiado espíritu y como el espíritu pesa poco vuela alto y desconociendo las regiones por donde vuela se desnaturaliza perdiendo su propia identidad de persona. Necesitamos, como seres humanos, una buena dosis de humildad para saber lo que somos. Ser hoy animal y mañana ángel, no estaría mal. Pensad que la humilde gallina vuela, pero con vuelo corto, es decir, con vuelo de gallina, que es exactamente como tiene que volar.




martes, 23 de marzo de 2010

Prevención contra la felicidad

He descubierto que soy más feliz desde que no me interesa la felicidad. ¡Madre mía, con lo que yo he sufrido para alcanzar la meta de la felicidad desde aquel remoto día en que leí el "Beatus ille" de Horatio!. Pues mira, ya no me interesa. Vivo al día y me apaño con lo que el día da de sí. Y es que he descubierto que la felicidad tiene un sin fin de contraindicaciones.
1ª.- Si yo soy feliz, a lo mejor es que otros son desgraciados a causa de mi felicidad. La vida es como la orografía de la Tierra, a una montaña le sigue una depresión, lo mismo que al lado de un valle siempre hay una montaña. Sí, ya sé que eso ha ser siempre así, pero yo no quiero ser montaña y dar siempre sombra al valle.
2ª.- La felicidad causa envidia en tus próximos. Lo he experimentado en mis propias carnes. Yo aparento ser feliz. (Porque la felicidad es una apariencia). La gente que está a mi lado sufre porque no encuentra el camino. ( Yo aparento que lo he encontrado). Las personas que viven a tu lado y te ven tan feliz tratan de que no lo seas. (Zancadilla). Así es que la felicidad no trae más que problemas y el que aparenta ser feliz es un hipócrita, porque aparenta.
3ª.- La misma felicidad debería hacerte sentir desgraciado. Mira a tu alrededor y lo sabrás. Enfermedades, hambre, guerras, malos rollos. ¿Quiero decir con esto que todos deberíamos ser desgraciados? No, de ninguna manera. Solo quiero decir que no debemos ser hipócritas. En estas condiciones, si quieres ser feliz tienes que aislarte, meterte en una burbuja para no ver el sufrimiento que hay a tu alrededor.
4ª.- La felicidad adormece la creatividad. Eric G. Wilson en su libro "Contra la felicidad", aboga por una cierta melancolía, precisamente para eso, para poseer un cierto poder creador. Si echan un repaso a los grandes poetas, músicos o literatos verán que en épocas de crisis personal crearon sus obras más impactantes. En esas circunstancias el alma vibra de un modo muy especial. Yo mismo lo he visto en mi vida. Cuando he estado en crisis, que ha sido casi siempre, he hecho hasta poesías.
Sin embargo hay otra clase de felicidad, que reside dentro de nosotros, que no sale al exterior, que no proporciona envidia, que te permite ser creativo a la vez que compasivo, que tiene que ver con las cosas pequeñas y sencillas, casi con la rutina de cada día, que no es explosiva, que te engrandece por dentro, que cambia tu mirada y la hace humilde y comprensiva, que es callada, tan callada que necesitas recogerte sobre ti mismo para sentirla con toda su fuerza. Esa felicidad no se piensa, sólo se siente. Es algo irracional y no tiene definición. Aparece cuando menos te lo esperas y dura lo que dura un rayo. Suele crecer en páramos donde el refinamiento, lo superfluo y lo artificial no tienen cabida. León Tolstoi decía "Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo". Vacíate de todo lo que no es necesario, especialmente del deseo de ser feliz, porque es la única forma de que de vez en cuando te des cuenta de que lo eres.



lunes, 8 de marzo de 2010

Ciertos inconvenientes de ser ateo

Yo tengo un amigo que es ateo o al menos eso dice él. Este amigo mío y yo compartimos el amor por el campo. Nos gusta sembrar y ver como crecen las plantas. Nos gusta cuidarlas y mimarlas. Nos gusta alimentarnos de ellas, de las que nosotros cultivamos, y nos gusta, incluso, regalarlas. Pero él es ateo y yo no. Yo tengo mis dudas, tengo mis altibajos, tengo mis sentimientos y también tengo mis tradiciones y sobre todo tengo lo que me pide el cuerpo. Él no. Él es ateo, se declara ateo y hasta se cabrea cuando le hablo de Dios. A veces me dice: "Yo no quiero saber nada de ese señor" "Todo eso son tonterías". Como hombre hecho en el campo cuando se enfada se "caga en Dios" y entonces yo le digo: "Ya te pillé". "Tú sí crees en Dios, si no no te podrías cagar en Él". Yo, para mis adentros sé que sólo es una forma de hablar. Pero, ¿y si además de eso trabajara un poco el inconsciente? Freud hablaba del "acto fallido", como un síntoma evidente de lo que trabaja en la trastienda de nuestro subconsciente. Cuando hablas con una persona tienes que estar atento a los "actos fallidos", a esas cositas que se te escapan y que tiene su importancia a la hora de formarte una idea del interior de esa persona. Como el chiste que alguna vez me ha contado mi hermanita por el que una chica llama a su amigo,
Miguel Fajardo, Miguel follardo y acto seguido se disculpa diciendo "Ay, en qué estaría yo pensando?
En otras ocasiones ha ocurrido que alguien que se declara ateo, ha recurrido a Dios como un acto reflejo o tal vez, como decía más arriba, como un acto inconsciente. Mi padre me contaba que en nuestra "gloriosa" guerra civil, él se encontraba en una compañía mandada por un capitán, que entre otras cosas era ateo. Estando defendiendo una posición y sabiendo que estaban rodeados de enemigos por todas partes, encontraron una salida cuando alguien desde una colina les hizo señas con una bandera blanca. Se acercaron sigilosamente hacia esa posición y cuando ya se encontraban cerca, los que creían que eran amigos se liaron a tiros con ellos. Claramente habían caído en una trampa mortal. Me contaba mi padre, como cosa que le llamó mucho la atención, que aquel capitán, cuando vio la mortandad que el enemigo estaba proporcionándole a sus soldados, no paraba de gritar "¡Dios mío!" "¡Dios mío!". Indudablemente todos sabemos que es una forma de hablar, pero ¿acaso este acto reflejo o inconsciente no querrá decir algo más? ¿Será este otro "acto fallido" del que habla freud?
Existen otras clases de ateos, que les podríamos llamar "ateos devotos". Oriana Fallaci fue un ejemplo de atea devota. Era atea y cuando murió donó su biblioteca al papa. O aquellos que no creen en Dios, pero sí en algún santo. Bueno creer en un santo es más fácil que creer en Dios, pues al santo se le ha visto y sus obras están ahí. Por eso esto no es una contradicción, creo simplemente que es un pequeño inconveniente. Existen otros ateos devotos que sin creer en Dios apoyan a la Iglesia Católica porque "irónicamente" dicen que es la verdadera o la que representa mejor nuestra sociedad.
Finalmente están los ateos apostadores. Les llamo así porque no creen a ciegas en Dios, sino que echan sus cálculos. Dicen más o menos así: "Vamos a ver. ¿Cuántas posibilidades tengo de que haya Dios?-Pues el 50%, porque no tengo pruebas ni a favor ni en contra. ¿Cuantas posibilidades tengo de que no haya Dios?- Pues otro 50%, por la misma razón. Así pues apuesto por la primera opción que me es más beneficiosa, pues si muero y resulta que hay Dios, pues eso que tengo ganado. A esto se le llama la "apuesta pascaliana". Estos son claramente ateos, pues sólo creen en Dios un 50%. Yo, sinceramente, como creo que si Dios existe no será tonto, no se va a tragar lo de esta gente y por lo tanto los mandará fuera del paraíso otro 50%. Otro inconveniente.
Finalmente, el gran inconveniente que le veo a un ateo es cuando decide tener relaciones íntimas con su pareja. Llegado el momento culminante del proceso no se le ocurrirá por nada del mundo gritar ¡Dios mío! ¡Dios mío!. Pues sí, hay muchos ateos que lo hacen y este "acto fallido", impresionante "acto fallido" del ser humano ateo, lo único que me demuestra es lo cerca que está la energía de nuestro universo de la divinidad (filosofía tántrica). Así pues el que quiera ser ateo de verdad, sin ninguna contaminación divina, que se abstenga de decir ¡Dios mío! ¡Dios mío! cuando esté en el "gori-gori". En su lugar le recomiendo un rebuzno erótico, que es algo que queda muy natural para estas ocasiones. ¡Y fuera inconvenientes!

miércoles, 24 de febrero de 2010

Principios

Cuando los valores humanos, unánimemente reconocidos por una comunidad o por los individuos en particular, se convierten en una norma de obligado cumplimiento, decimos que se tratan de principios. Un individuo sin principios, es un desalmado y yo creo que es hasta imposible que esto se dé, porque el mismo hecho de no tener principios supone un principio, que es no tener principios. Ser un hombre de principios es algo muy importante en una sociedad, es una garantía. Se puede confiar en él, se puede hablar con él, se puede tratar con esa persona. Por eso en la educación que nos dan nuestros padres o nuestros maestros se hace mucho hincapié en que el pupilo tenga en su haber una serie de valores que con el tiempo se convertirán en principios inamovibles, que serán una garantía en su relación con el resto de la sociedad.
Los principios han de ser profundamente humanos. No valen unos principios que vayan contra nuestros semejantes, contra cualquier otro ser, contra el orden legalmente establecido o contra las costumbres de todo un pueblo. A nivel individual, sí que podemos tener unos principios que aunque se opongan al resto de la comunidad, al menos no vayan contra su libertad o contra su integridad. Incluso esto último es bueno, pues la originalidad nunca está demás. En este sentido Kant en el siglo XVIII redactó su imperativo categórico que más o menos decía así: "Obra de tal manera que tu obrar se pueda convertir en una ley universal". Así si actúas según este mandato moral, digámoslo de esta manera, te aseguras que tu vida moralmente hablando sea impecable.
Estás actuando como una persona de principios.
Sin embargo, en cuanto a la universalidad de los principios, hay algunas objecciones. Los valores no son los mismos en todos los pueblos. Por ejemplo, la pena de muerte. Hay algunas sociedades que piensan más o menos así: "El que a hierro mata a hierro muere".Eso es un principio. Hay otras, que como sabéis ya tiene abolida la pena de muerte. Por lo tanto los principios, algunos de ellos, no pueden ser considerados universales ni en el tiempo ni en cuanto a la totalidad de la población. Lo que ayer fue un valor hoy no lo es y lo que es bueno para mí puede que no lo sea para ti. De aquí podemos deducir que en los principios hay algo de subjetividad, tanto a nivel individual como de población. Por lo tanto algo que por definición tendría que valer para todo el mundo y para todos los tiempos, vemos que esto no puede ser.
De esta manera entramos en un relativismo moral. Amigos, ya no estamos en el siglo XVIII. Ahora pensamos y sabemos que otros principios que no son iguales que los nuestros o incluso se pueden oponer a los nuestros son dignos de ser respetados, porque son tan universales como los nuestros o tan no universales como los nuestros. Si este relativismo moral hubiera imperado en siglos anteriores, ¿cuántas muertes, por ejemplo, creéis que se hubieran evitado? ¿Cuánta gente hemos matado porque no tenía los mismos principios que regían en nuestra sociedad? No voy a enumerar ningún caso, pero a groso modo pensad en la Santa Inquisición, en el descubrimiento de América o en cualquier guerra fratricida.
Sin embargo, este relativismo moral que tiene todas las cualidades para convertirse en el mejor principio de todo el mundo, no ocurre así. Y no ocurre porque el hombre lo manipula, como todo lo que cae en sus manos. Lo acomoda a su ser. Lo prepara para su beneficio. Por ejemplo, un político. Cualquiera. Del signo que sea. ( Si las políticas todas son buenas, son los políticos las que las malean.) Un político te habla, te da un mitin o te manda un programa a casa. Hasta ahí todo perfecto. Sólo es teoría. Pero estos principios que alumbran su obrar de cada día él no los puede aplicar y no los puede aplicar, porque si los aplica taxativamente no encuentra su beneficio y el político tiene que ver ese beneficio disfrazado de lo que sea. Entonces empieza ese relativismo del que te hablé más arriba y que mal entendido viene a decir: "Déjame a mi este principio, que yo me lo voy a acomodar a mi o a mi partido, que va a parecer que no se le ha tocado y que nos va a beneficiar. Así mataremos dos pájaros de un tiro, nos llenamos los bolsillos o lo que sea y quedamos delante de la sociedad como intachables. Esto que he aplicado a los políticos, también nos lo podemos aplicar a cada uno de nosotros. Al final y como sigamos con este relativismo moral, todos tendremos que llevar esta etiqueta marxista en la solapa" Estos son mis principios. Si no les gusta, tengo otros"(Groucho Marx)

lunes, 15 de febrero de 2010

Crisis

Quizás sea la palabra que más se pronuncia últimamente. El mundo entero está en crisis. La humanidad entera está en crisis. La crisis ha entrado en nuestras vidas y forma parte esencial de ellas. De todo esto podemos hacer un título: La crisis como forma de vida.
Está en crisis la economía. No la de todos, sólo la de algunos currantes. Se ve que estos fueron demasiado deprisa en su camino hacia la riqueza y eso no puede ser. Hay que rectificar. Damos unos pasos atrás para poner a cada uno en su sitio. Si no dónde estarían los pobres a los que se refería Jesús, cuando dijo que siempre estarían con nosotros. Y es que ya no había pobres, nos estábamos quedando sin pobres. ¡Qué barbaridad! Todos disfrutaban de largos y hermosos préstamos con los que comprar casas, coches y exóticos viajes. La sociedad del bienestar podía con todo. Los bancos daban dinero a manos llenas. La sociedad se estaba igualando por arriba. Esto parecía el capitalcomunismo. Pero todo esto fue un sueño. Pues ya lo decía un labriego de mi pueblo: "Cuando venga el amo de los dineros nos vamos a enterar". Y el amo de los dineros vino y algunos se enteraron, precisamente aquellos que sólo habían empezado a soñar. ¡Qué mal despertar!
Está en crisis el matrimonio. Ya nadie cree en el matrimonio. Buenos los gays y las lesbianas, sí. Es que estos acaban de llegar. Dejadlos que se harten, que ya vendrán a las nuestras. El cincuenta por ciento de los casamientos hacen aguas a los tres años y el otro cincuenta no hacen aguas, pero viven "ahogaos". Y es que con tanta libertad haber quien es el guapo que se está quietecito en casa escuchando el jolgorio que hay en la plaza. Dicen los especialistas que el amor dura una media de tres años. Yo diría que lo que dura tres años es otra cosa. Y es que tenemos prisa por vivir, queremos acumular experiencias, que se nos acaba la vida, que son cuatro días. ¿Serían los antiguos más listos que nosotros? Antes nadie se separaba, pero todo el mundo tenía sus cositas. Porque haber, el hombre y la mujer, esencialmente, son los mismos ahora y antes, lo que cambian son las modas. Ya veréis, si Dios nos da vida, como volveremos a lo de antes: nadar y guadar la ropa.
La Tierra está en crisis. Nuestra madre Tierra está en crisis. El clima está loco. Las lluvias caen mal y a destiempo. Los huracanes arrasan por doquier. Los polos se desnudan de su piel de hielo. Los pájaros están desorientados. Los terremotos engullen ciudades enteras. Los árboles florecen en invierno. La capa de ozono es un papel de fumar. Todo esto ocurre en la Tierra, en ese paraíso en el que la vida nos ha puesto y nosotros no nos damos cuenta. Cometemos error tras error. Sólo queremos bienestar, ser ricos, aun a costa de arrasarlo todo. El fin no justifica los medios. Pero nosotros ya no sabemos de principios éticos ni morales. Nosotros sólo vemos el fin y si para vivir en nuestro particular edén tenemos que arruinar nuestra casa, pues que se arruine. El hombre no solo es un lobo para el hombre, es también un exterminador. El error podría ser nuestra salvación, pero sólo si nos damos cuenta que lo hemos cometido, sólo si humildemente lo reconocemos y aprendemos podría ser el error una fuente de salud.
Yo reconozco que estoy en crisis, pero tú también estás en crisis y el otro y el de más allá también. Todos estamos en crisis. Todos hemos gastado más de lo que podíamos. La vida nos dio un bosque y nosotros lo arrasamos para llenarlo de cemento. Nos dio un mar y lo hemos convertido en un vertedero. Nos dio aire limpio y lo convertimos día a día en algo fétido e irrespirable. La vida nos dio libertad y nosotros ¿qué hacemos? Suicidarnos. Eso, suicidarnos. Nos suicidamos con alcohol, con tabaco, con drogas, con estrés, con interminables jornadas de trabajo, con pesticidas. No suicidamos y ayudamos a que todo lo que está a nuestro alrededor se suicide también. Cuando una especie se extingue, es un suicidio. Cuando un sunami arrasa, es un suicidio. Cuando un polo se derrite, es un suicidio.
Todo está en crisis, porque el hombre vive en crisis. Hemos hecho de la vida un estado de crisis y en ella nos conformamos y pensamos ya que la crisis es algo normal. Pero no. Necesitamos un nuevo estado de conciencia para saber que vivir en crisis no es algo normal. Que salir de ella no es más que reconocer nuestro errores y que alguien que tenga los pies en la Tierra, o mejor, en el cielo nos dijera: "hombre, levántate y anda".

lunes, 8 de febrero de 2010

Ejercicios espirituales

NOTA:Queridos amigos y amigas, después de este paréntesis en el que no he escrito absolutamente nada, me propongo volver a mi disciplina de la escritura. No creáis que no me cuesta. Le he dado muchas vueltas antes de empezar, pero lo que no acepto es que durante toda mi vejez duerma la siesta de once a doce de la noche delante del televisor. Espero no haber perdido ningún lector de los que me han leído en mi etapa anterior.
Os daré una buena noticia. Ya he publicado un libro. Pero no os asustéis, aún no lo ha comprado nadie. Mi hija Ana, me dio la sorpresa el día de Reyes. Llevó mis artículos a una imprenta y me dio la gran sorpresa. Por algo se empieza. Miguel también ha hecho su gruta. Seguro que está orgulloso de su obra, como yo lo estoy de la mía. Si alguno quiere el libro que me lo pida. Su precio es un abrazo y se lo daré con dedicatoria.
En esta nueva etapa me propongo contestar a todo aquel que me ponga un comentario. A veces se le pasan a uno cuestiones elementales. Un abrazo a todos.







Aún recuerdo aquellos ejercicios espirituales que hacíamos en el seminario. En silencio, con total recogimiento, paseando de un lado para otro. Sin embargo no guardo cariñoso recuerdo de esta actividad del alma. Y no eran propicios a mi alma, precisamente porque eran dirigidos y yo, en mi indomable espíritu, no acepto intermediarios entre la divinidad y mi persona. Quiero un trato directo con Dios, porque, amigos, todo se deforma cuando la palabra de Dios va de boca en boca. En cualquier parte del mundo, en mi pueblo, por ejemplo, en un cerro, entre los olivos, mirando hacia el cielo o boca abajo, en un día nublado o radiante, con un semblante triste o jubiloso, yo me suelo comunicar muy bien con los dioses que me rodean. Y digo dioses porque a veces Dios se multiplica. Se multiplica si abrimos los ojos y observamos que todo lo que nos rodea es Dios en las cosas. Pero si cierro los ojos, la multiplicidad se recoge y capto en décimas de segundo la esencia de algo que mi mente no comprende y que mi alma siente.
Ya he dicho que no me gustaban los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Los encontraba, aunque parezca una contradicción un tanto artificiales. Eso de coger a una serie de individuos, apartarlos del mundo, soltarle una serie de conferencias con el fin de transformarlo en un ser más de Dios que cuando empezó, no me parece algo que suceda de una forma natural. Más me parece un experimento de laboratorio a los que hoy somos tan aficionados con los programas de televisión que tanto éxito tienen. Nunca pensé que de estos ejercicios saliese una persona mejor de la que entró, ni un fiel más creyente de lo que fue. Estas cosas necesitan además de tiempo un ritmo, una intimidad y unas cadencias que sólo se las puede dar el propio individuo. Porque el alma de cada cual es tan particular, que tus palabras, las del director espiritual, no pueden encajar en mi ser. En mi ser sólo encaja algo que tenga mi ADN. Y eso sólo me lo puede dar algo que viva dentro de mí.
Por otro lado, la frase "Ejercicios espirituales" no es de San Ignacio de Loyola. Ya existía. Y no existía aplicada a la religión, sino aplicada a la filosofía. Muchos filósofos de la Antigua Grecia ya la utilizaban para referirse a las actividades del espíritu con el fin de mejorar moralmente al individuo. Empédocles la utilizaba como rememoración de vidas anteriores. Los estoicos, como transformación de la vida. Los epicureos, como examen de conciencia. Aristóteles, como un medio para alcanzar el saber. Platón, como un aprender a morir. Plotino, un místico neoplatónico, predicaba esta actividad espiritual para mejorar moralmente al individuo. Y, finalmente, Beethoven utilizaba esta expresión cuando componía. Por lo tanto esta expresión que antiguamente tenía un ámbito semántico mucho más amplio, quedó reducido desde San Ignacio al círculo religioso. En consecuencia y con permiso de quien corresponda, de aquí en adelante a estos ejercicios espirituales les llamaré "ejercicios religiosos del alma" y a las actividades del espíritu, sean religiosas o no, les llamaré "ejercicios espirituales".
Ahora ya me siento más a gusto con el nuevo sentido de la expresión. Y me siento más a gusto porque a mis años he descubierto que yo soy un gran amante de los ejercicios espirituales. Amo los ejercicios espirituales porque me quiero mejorar día a día como persona.(Las connotaciones religiosas se las pongo yo, si las hubiere). Hago ejercicios espirituales cuando mi alma me lo pide. Surgen de una forma natural y espontánea. Los hago en el silencio y en el bullicio. En la cama o en la playa. En recogimiento o en algarabía. Pero mis ejercicios espirituales son míos, nadie me los dictó. Me vienen al dedillo y los digiero sin necesidad digestivos. Me noto mejor como persona precisamente porque ahora me siento más definido ante los demás. Soy yo, no los demás.
En los últimos tiempos he encontrado una forma maravillosa de hacer ejercicios espirituales. Se trata de escribir. Escribir lo que sale de dentro de ti, sin miedos, ni demagogias, sin animo de dar lecciones, sin animo de influir en nadie, porque como he dicho más arriba, para comunicarte con Dios no necesitas a nadie, sólo pararte y dejar que te llueva.






viernes, 15 de enero de 2010

El sentido de la vida

Muchas personas se pasan la vida buscándole un sentido que a menudo no se lo encuentran y no se lo encuentran porque o bien transcienden la pura existencia o bien se hunden en el más puro materialismo. Y es que a veces nos cuesta mucho trabajo centrarnos en lo que estrictamente somos. Cuando transciendes la pura existencia, te elevas a un estadio en el que tu pensamiento se encuentra muy inseguro y has de tirar de fe, de dogmas y de misterios. Me parece muy bien que el que lo quiera así, pues que se instale en lo sobrenatural. A lo mejor no vive esta vida pensando en la otra, resultando que la venidera está por venir y el futuro no es un pájaro en la mano ni aquí ni en ningún sitio. Si te da la sensación que con la primera opción te has pasado, con la segunda, el materialismo, tienes la impresión que te quedas corto, que tus aspiraciones, como hombre no acaban de colmarse, que necesitas algo más como ser espiritual y reflexivo que eres. Entonces buscas algo que te colme si no al cien por cien, por lo menos que no repugne a tu inteligencia y que te sientas cómodo en los límites de lo que establezcas. Los humanos vivimos muchas veces en depresión existencial porque antes de decir lo que queremos, tenemos que saber lo que somos. Por ser seres reflexivos y espirituales, no por eso hemos de deducir que nos espera un mundo eterno y espiritual. Ni por sentirnos cosa, hemos de pensar que una piedra y yo somos la misma cosa. Así la depresión nos viene por sentir inseguro e inalcanzable lo primero y repugnante lo segundo. Yo no digo que no exista todo lo que la mente o las ganas humanas se puedan imaginar, lo que digo es que no es serio ni seguro para nuestra existencia sentar nuestras bases sobre la fe o sobre la pura química.

Creo que a la vida se le tiene que buscar el sentido dentro de los límites de nuestra existencia, como seres que piensan, que reflexionan, que tienen aspiraciones, pero que son finitos. Yo, sinceramente, sólo sé esto del hombre y el que sepa algo más que lo diga. La fe no es saber. La fe es un sentimiento, una aspiración, un ansia. Instalarse en esto es muy lícito y el que con la sola fe se sienta seguro totalmente, que me lo explique, que yo también lo quiero estar. El hombre, como ser mortal, vive en la Tierra entre un nacimiento y una muerte. Esto lo sabemos. También sabemos que cuando nacemos, no nacemos totalmente desnudos. La vida nos ofrece vida, para que nosotros, como en la parábola del denario, la trabajemos. Para que nosotros, con esa vida, hagamos la nuestra. Nuestra particular vida. Para que la desarrollemos durante todos los años que vivamos. “El hombre es lo que hace con lo que la vida le ha dado” . No querrás llegar al final de tus días con el denario en tus bolsillos. Entonces tu vida no habrá tenido sentido, porque llegaste al final con lo mismo que la vida te dio. Gabriel García Márquez dijo que su vida iba tomando sentido en la medida en que la iba convirtiendo en literatura. Fijaros, la iba convirtiendo. Luego la vida es un ir desarrollando lo que llevamos dentro. Al final tendremos que hacer como el incansable salmón, subir poderoso el río para desovar en las tranquilas y limpias aguas de un remanso. Finalizado esto, el salmón muere. Ese fue el sentido de su vida.

Por eso cuando meditamos, principalmente para conocernos y después para saber lo que cada uno lleva dentro, es fácil reconocer como García Márquez, cuándo se está dando ese proceso por el cual nuestra vida toma sentido. Porque también podría ocurrir que vivamos engañados creyendo que estamos en el camino correcto y no sea así. Las turbulencias de éste nuestro mundo nos lo puede hacer ver así. Sin embargo hay varios varemos de medir este sentimiento, especialmente esa sensación de bienestar, de sentirnos vivos, de paz espiritual que nos produce. Cuando te acuestes con esta sensación es que estás viviendo tu vida, con todo su sentido incluido.

martes, 12 de enero de 2010

El gatillazo

Cada vez que pienso lo que le pasó a mi amigo Fernando aquel aciago día de caza se me salen las ternillas de su sitio. Sin embargo la cosa no es para reírse, pues como ya veréis el asunto no es para tomerselo a broma.
A mi amigo no le gusta la caza. Aún más, yo me atrevería a decir que por su gusto sería un vegetariano convencido, si no fuera porque a Mirian, su mujer, le repatean los esposos hervíboros. Ella dice que un hombre con arrestos tiene que estar hecho de carne, no de forraje. Fernando es un esposo dulce, dócil, cariñoso. Obediente hasta la humillación. Condescendiente hasta el aburrimiento. Un marido siempre fiel, siempre atento.
El otoño estaba avanzado y los días cada vez eran más cortos. Andaban por un camino algo escarpado, húmedo y lleno de ramas secas que se enredaban entre las piernas. Mirian, que no había querido ponerse pantalones, sentía cómo la humedad del bosque le subía por las piernas. Ella, sin embargo no quiso decir nada para no dar la razón a su marido que le había aconsejado que se los pusiera. Después de una larga y silenciosa caminata llegamos al lugar.
Fidel, el jefe de Fernando, fue el que estableció los puestos. A mi amigo y a Mirian los acomodó en el número cinco. Era una especie de promontorio desde el que se divisaba bien la pequeña vaguada que quedaba a nuestros pies. Semejaba una especie de choza disimulada con ramas, supongo que para no dar el cante. Fidel, que había invitado a mis amigos, le dio a él una escopeta y una caja de cartuchos. Les ordenó que se sentaran y guardaran silencio, esperando órdenes que les llegaría por el walkie talkie.
Fernando se sentó y sacó unos prismáticos que su mujer le regaló en su viaje de novios. Mirian por su parte, se hincó de rodillas, extendió el saco de dormir y sacó una botella de anís seco que había comprado en la cantina del coto. Esa guerra no iba con ella. Él no paraba de mirar ansioso a la quieta naturaleza del amanecer. Ella escudriñaba cada uno de los rincones de la nueva mansión. Una mansión incómoda, fría, pequeña, distinta. Por su gusto no hubieran venido, pero a Fidel después de lo que había hecho por su marido no se le podía dar una negación por respuesta. Con todo esto ya estaba amaneciendo y a Mirian después de unos cuantos tientos a la botella se le había descolocado algo la cabeza y se sentía como más cariñosa. Miraba a su marido y lo veía guapo y guerrero. Ella, recostada de medio lado, pasaba la mano a su marido por la parte interior de la pierna. Lo hacía con insistencia forzando la pierna hacia sí. Fernando, que ya había notado algo raro en la actitud de su mujer, no daba crédito a lo que estaba pasando. Su mujer, que llevaba un año sin mirarlo, se lo estaba proponiendo en una fría mañana, en una incómoda choza y rodeado de enemigos por todos lados. No daba crédito a lo que estaba pasando. Esperó un poco más por ver si el asunto era pasajero. Más no fue así. Mirian, desbocada después de un nuevo trago, se deshizo del saco, se levantó la falda, se bajó las medias de lana gruesa y en un acto de poderío colocó la mano de Fernando allí donde nunca falta el calor y donde hacía mucho tiempo él no había estado. Mirian movía la mano muerta de su marido a su gusto y antojo y desde su posición imploraba a Fernando que sacase la "escopeta" ya de una vez por todas. El no se daba por enterado ni quería darse. Era un convidado de piedra, que hubiera preferido no ser. Pero ella no se daba por vencida y de un salto se colocó encima de Fernando. Cogío la botella de anís, se la colocó en la boca, le desabrochó la bragueta con velocidad asesina y traginó lo que allí encontró con ritmos endemoniados, pero Fernando tenía la sangre en otro sitio. O mejor, creo que la tenía helada. Mirian no sabía ya lo que hacer. Se puso dulce, arisca, condescendiente, sumisa, cariñosa, todo. Dos mundos que se alejaban a velocidades de luz. Uno se hundía en el fuego abrasador y el otro en los gélidos hielos de la ineptitud. Mirian, desesperada, se separó de su marido de un salto y con las manos entre las piernas se quedó inmóvil, hecha un cuatro, gimiendo apenas. Se hizo, entonces, el silencio más grande en la pequeña choza. De pronto, se oye un vozarrón, por el walkie talkie que decía" ¡Coño, Fernando, qué cojones haces con tu mujer, que está pasando el bicho por tus mismas narices y tú no le dices ni los buenos días" Fernando, con el resorte de un soldado fiel, pega un salto y con los pantalones a media pierna coge la escopeta ya cargada, pone su dedo en el gatillo y sale corriendo hacia el puesto de tiro que estaba unos metros más abajo. Fernando, en su carrera de cinco metros hacia el puesto, tropieza y cae, con tan mala suerte que la escopeta al apoyarla involuntariamente contra una piedra se le dispara y la bala atraviesa limpiamente el hombro de Mirian, que ante las voces, se había incorporado de un salto.
Ya en el hospital mas cercano, el cirujano que la había operado le tranquilizó y así de una forma un tanto campechana le dijo: " Fernando, estuvo a punto de cargarse a su mujer de un gatillazo". Fernando, dio la mano al médico sumamente agradecido y con la mirada perdida hacia dentro se encaminaba hacia la habitación del hospital para acariciar la mano de su Mirian.

jueves, 7 de enero de 2010

Amor propio, amor impropio

Todos hablamos sobre el amor, el motor del mundo, pero como en todas las cuestiones, existen tantas versiones como pensamientos hay y por lo tanto el mío, el de un jubilado, será uno más.
Cuando hablo de amor propio, no lo hago según la acepción popular por la cual se entiende que la estima de sí mismo en esa persona es muy relevante. Cuando hablo de amor propio, me estoy refiriendo a que lo propio, la persona,está en el origen y en el final de cualquier acción de amor. Que cuando yo amo, el beneficio del amor revierte en mí a la vez que beneficia a un tercero. Que el placer que proporciona esa acción está en el origen de esa acción beneficiosa que es el amor. Está claro que no se puede comparar el amor al dinero con el amor al prójimo. Pero en la base de dichas acciones está el placer que nos proporcionan, lo mismo que en el hecho de la procreación está el placer de hacerlo. ¿De aquí debemos deducir que el amor es algo egoista? Si, pero no en el sentido peyorativo, sino en el sentido estricto del ego, como principio y final del amor.
Yo amo a mis hijos y en eso me regocijo; amo a mi mujer de todas las formas posibles, espiritual y corporal, y en eso me regodeo; amo a Dios sobre todas las cosas y con ello me lleno de placer espiritual; dedico mi vida a los pobres, haciéndome yo pobre a la vez, y la felicidad me sale por los poros; amo a Dios con el amor más puro, dedicando mi vida a la oración, y en esa dedicación aspiro algún día al beneficio de la presencia de Dios; amo el dinero por encima de todas las cosas y en su posesión, avaramente poseído, me extasío. En todos estos supuestos está el yo, lo propio, la persona, el ego que recibe. Y yo me pregunto, ¿existiría el amor sin ese beneficiario, que es la propia persona que ama? O dicho de otra manera. ¿Existe ese amor tan puro cuyo beneficio no retorna al que lanza la oferta de amor? Si, creo que sí que existe. Que ha existido y tenemos muestra de ello. Para ello tenemos que desprendernos del yo. Sin el yo no hay posible retorno. Sin el yo el amor sólo va en un dirección. Difuminando el yo en el objeto amado. Es un misterio. Si. Pero este mundo está lleno de misterios, que a lo mejor en el reino del amado no lo son.
San Juan de la Cruz, ido ya con el Amado, pues siendo aún entre nosotros moría por morir que para él era vivir, decía en estos preciosos versos:
"Quedéme y olvidéme/ el rostro recliné sobre el Amado/ cesó todo y dejéme/ dejando mi cuidado/ entre las azucenas olvidado." Amor. Amor místico. Amor sublime. ¿Amor a lo grande? ¿El más grande de los amores? No tiene por qué. El amor místico es un amor que consiste en que el que ama funde su yo en el ser amado. Santa Teresa de Jesús decía "Vivo sin vivir en mí". Su amor le había sublimado de tal manera que su carcasa corporal ya no era morada de esa conciencia que recibe el placer que proporciona el amor. Su conciencia era "ida" a la morada del Amado. En ella vivía sin conciencia. Y eso es precisamente lo que quiere decir éxtasis: vivir sin conciencia. Cuando un cuerpo entra en éxtasis ( y nos referimos al misticismo cristiano o de otra religión, tampoco nos referimos al éxtasis orgásmico) se produce un choque de placer tal que en ese momento se pierde la conciencia y el yo no está para recibir los beneficios del placer tan sublime. Yo, a este amor, le llamo amor impropio.
No soy muy entendido en amores, pero sí que sé cuáles han sido los amores que dejaron en mi el estigma del dolor. El dolor de perderlos o de poder perderlos. Espero que en ese camino nos encontremos algún día todos los que hemos vivido en el amor. Sólo espero, no del todo convencido. ¡Qué le vamos a hacer!

lunes, 4 de enero de 2010

Capacidad para decepcionar

Es curioso cómo a través de los años nos vamos haciendo más auténticos, en la medida que nos hacemos más pasotas y las miradas críticas nos resbalan como las gotas de agua en el cristal. Gran parte de mi estructura espiritual está conformada por los juicios de valor de los que me quieren o de los encargados de mi formación. Día tras otro te vas formando en la conciencia de ser como esos protectores de tu estructura psíquica quieren que seas. Cada uno de nosotros luchamos, sin saberlo la mayor parte de las veces, contra ese encorsetamiento a que te someten, sin tener en cuenta tu natural y propio devenir para recorrer ese camino que nadie está autorizado a señalarte.
En esa lucha que todos libramos a lo largo de nuestra vida nos dejamos parte del retrato que a los sesenta deberíamos tener. A tu cara le faltan auténticos rasgos tuyos, propiamente tuyos y un día, tal vez por casualidad, casi siempre por casualidad, un día nos rebelamos un poquito, sin apenas hacer ruido y notamos que nos sienta de maravilla.Nos descargamos. Nos aligeramos. Como que el alma se ensancha y te sientes cómodo dentro de ti. Pero no te engallezcas, no es fruto de tu lucha, simplemente es que ya interesas menos y te están dejando tranquilo. Éste es tu momento. Es el momento de conformarte. De ir haciéndote. ¿Que ya es tarde? Tarde ¿para qué? Ahora me siento como un niño que juega a las canicas en las empedradas calles de nuestra infancia, sucio y un tanto salvaje.
Siempre he tenido miedo de decepcionar. De decepcionar a mis padres, a mis amigos, a mi mujer, a mis maestros. No a mis hijos, no a mis alumnos. Con ellos fui más auténtico que con nadie. Con ellos yo era yo, o al menos era menos otro. Con ellos me mostré más desnudo. A ellos no les señalé el camino. Con ellos me mostré diverso, no impositivo y en la no acción cada cual encontró el mejor de los caminos, el suyo.
El otro día una amiga me hizo un comentario en el que me decía que siguiera en este camino y que no le decepcionase (Me gustó y me alagó mucho tu comentario). ¿Os dais cuenta? Los que nos quieren nos señalan el camino. Te encorsetan. Te cortan amablemente y con la mejor de las intenciones las alas. Les gusta lo que haces y quieren que te repitas una y otra vez como las series de TV. Esto lo hacemos todos, sin darnos cuenta, como he dicho más arriba y lo hacemos con afecto. Pero ya es tarde. Desde aquél día en que por casualidad me rebelé tímidamente contra los que me quieren y decidí ser más yo, mirando simplemente ese camino en el que salto, retozo y me ensimismo, en ese día decidí apoderarme de algo que nunca tuve, de apoderarme de una cierta capacidad para decepcionar.
Amigos míos, no me abandonéis si un día os decepciono. No sé si algún día lo haré. Lo que sí quiero es no perder esa capacidad para hacerlo. No quiero ser lago, prefiero ser río, distinto, cambiante, afanado en aprender a morir, manso y caudaloso. No me abandonéis, porque el río siempre fue río. Fue río rompiéndose contra los peñascos, lamiendo con meandros casi perfectos las pacíficas praderas o confundiéndose con el mar en un gozoso volver. No me abandonéis, aunque os decepcione, porque a ese hombre que resbala por el cauce de su vida, que se debate en batallas desiguales y que se bebe el mar inundándose, tal vez, de Dios, sólo se le puede pedir que sea humano, profundamente humano y en esa humanidad está esa capacidad para no gustar.
A estas alturas de la vida, en la que tanto nos gusta mirar para atrás, porque lo que queda de camino nos produce vértigo, hemos de apoyarnos, precisamente, en esa vida ya vivida sólo para coger impulso. Impulso para coger unas capacidades que conformarán ese nuevo hombre que, tal vez, aprenda a beberse el inmenso mar sin dejar de ser diminuto río.