jueves, 7 de enero de 2010

Amor propio, amor impropio

Todos hablamos sobre el amor, el motor del mundo, pero como en todas las cuestiones, existen tantas versiones como pensamientos hay y por lo tanto el mío, el de un jubilado, será uno más.
Cuando hablo de amor propio, no lo hago según la acepción popular por la cual se entiende que la estima de sí mismo en esa persona es muy relevante. Cuando hablo de amor propio, me estoy refiriendo a que lo propio, la persona,está en el origen y en el final de cualquier acción de amor. Que cuando yo amo, el beneficio del amor revierte en mí a la vez que beneficia a un tercero. Que el placer que proporciona esa acción está en el origen de esa acción beneficiosa que es el amor. Está claro que no se puede comparar el amor al dinero con el amor al prójimo. Pero en la base de dichas acciones está el placer que nos proporcionan, lo mismo que en el hecho de la procreación está el placer de hacerlo. ¿De aquí debemos deducir que el amor es algo egoista? Si, pero no en el sentido peyorativo, sino en el sentido estricto del ego, como principio y final del amor.
Yo amo a mis hijos y en eso me regocijo; amo a mi mujer de todas las formas posibles, espiritual y corporal, y en eso me regodeo; amo a Dios sobre todas las cosas y con ello me lleno de placer espiritual; dedico mi vida a los pobres, haciéndome yo pobre a la vez, y la felicidad me sale por los poros; amo a Dios con el amor más puro, dedicando mi vida a la oración, y en esa dedicación aspiro algún día al beneficio de la presencia de Dios; amo el dinero por encima de todas las cosas y en su posesión, avaramente poseído, me extasío. En todos estos supuestos está el yo, lo propio, la persona, el ego que recibe. Y yo me pregunto, ¿existiría el amor sin ese beneficiario, que es la propia persona que ama? O dicho de otra manera. ¿Existe ese amor tan puro cuyo beneficio no retorna al que lanza la oferta de amor? Si, creo que sí que existe. Que ha existido y tenemos muestra de ello. Para ello tenemos que desprendernos del yo. Sin el yo no hay posible retorno. Sin el yo el amor sólo va en un dirección. Difuminando el yo en el objeto amado. Es un misterio. Si. Pero este mundo está lleno de misterios, que a lo mejor en el reino del amado no lo son.
San Juan de la Cruz, ido ya con el Amado, pues siendo aún entre nosotros moría por morir que para él era vivir, decía en estos preciosos versos:
"Quedéme y olvidéme/ el rostro recliné sobre el Amado/ cesó todo y dejéme/ dejando mi cuidado/ entre las azucenas olvidado." Amor. Amor místico. Amor sublime. ¿Amor a lo grande? ¿El más grande de los amores? No tiene por qué. El amor místico es un amor que consiste en que el que ama funde su yo en el ser amado. Santa Teresa de Jesús decía "Vivo sin vivir en mí". Su amor le había sublimado de tal manera que su carcasa corporal ya no era morada de esa conciencia que recibe el placer que proporciona el amor. Su conciencia era "ida" a la morada del Amado. En ella vivía sin conciencia. Y eso es precisamente lo que quiere decir éxtasis: vivir sin conciencia. Cuando un cuerpo entra en éxtasis ( y nos referimos al misticismo cristiano o de otra religión, tampoco nos referimos al éxtasis orgásmico) se produce un choque de placer tal que en ese momento se pierde la conciencia y el yo no está para recibir los beneficios del placer tan sublime. Yo, a este amor, le llamo amor impropio.
No soy muy entendido en amores, pero sí que sé cuáles han sido los amores que dejaron en mi el estigma del dolor. El dolor de perderlos o de poder perderlos. Espero que en ese camino nos encontremos algún día todos los que hemos vivido en el amor. Sólo espero, no del todo convencido. ¡Qué le vamos a hacer!

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