jueves, 5 de noviembre de 2009

Abrazos anónimos

Hoy, queridos amigos, no tenía ganas de escribir, pero es que me ha ocurrido algo que me quema y quiero contarlo. Resulta que desde que me jubilé dedico un día a la semana a hacer turismo, principalmente por Barcelona y alrededores. Me he comprado una guía y allá que cojo mi macuto... y a gastar zapatillas por los barrios antiguos de la ciudad.
Yo no puedo decir como Cervantes "La del alba sería...", pues ya hace tiempo que no respiro el aire quieto del amanecer. A eso de las diez me monto en mi tren de cercanías y en veinte minutos me planto en la plaza de Cataluña. Esta plaza siempre parece una fiesta. Vengas a la hora que vengas está llena de palomas y de halcones, que si te descuidas te limpian la cartera. Como hoy tocaba ver la catedral y parte del Barrio Gótico, pues enfilo por la Puerta del Ángel, que es el camino más corto. Apenas había entrado en la amplia calle, abarrotada ya a esas horas, y haciendo eses debido al gentío, de pronto me tropiezo con una especie de corro que había en un lateral de la calle. Yo pensé que se trataba de algún virtuoso del violín y a mí eso me gusta, y siempre me paro. Pero no. No era ni un violinista amateur, ni un malabarista, ni una estatua viviente. No. Simplemente era que unos chicos repartían abrazos a la gente, gratis. Pero no creáis que eran abrazos de pitiminí. Nada de eso. Era un abrazo sentío, largo y puro. A mí me entusiasmó la naturalidad con la que aquellos chicos se abrazaban a las personas. Por lo visto se trataba de dar amor y efectivamente lo hacían sin reparos racistas. Ahí entraban negros, asiáticos, viejos, gordos, niños y toda la marabunda que a esas horas circula por las arterias vitales de Barcelona. Por cierto, una chica le dio un abrazo a un cincuentón con tanto entusiasmo, que en la acción mandó al suelo la peluca del afortunado. Todos nos partíamos el culo de risa, ya que la escena era un tanto ridícula.
Bueno, ya llevaba un ratito viendo cómo el amor fluía en ese corro que, espontáneamente se había formado, que, viendo que se me hacía tarde, decidí reanudar mi camino, sin dejar de prometerme volver la próxima semana, para ver si alguien se acordaba de este necesitado de amor.
Sólo había hecho el ademán de girarme, cuando veo que una chica, que me sacaba una cuarta viene hacia mí y me dice: "Señor,¿ le gustaría darme un abrazo? Mira, yo creo que se me paró el corazón. No salí corriendo porque creo que entré en estado de shok y las piernas se me paralizaron. La chica me tiraba tibiamente del jersey hacia el interior del corro. Como la retirada era, ya, imposible, saqué fuerzas de esas que uno tiene siempre de reservas para ocasiones delicadas y me lancé a sus brazos. Instintivamente cerré los ojos y me extrañé que lo hiciera. En un flas de pensamiento me acordé de haberlo hecho en otras ocasiones de las llamadas especiales. Mi cabeza quedó acomodada por encima del pecho izquierdo, entre la clavícula y el hombro. Recuerdo que el jersey era de una lana exquisita y eso me pareció entrañable. Entonces, me pareció inapropiado tener los ojos cerrados y los abrí lentamente. ¡Madre mía, lo que vi!. Más vale que hubiera seguido con los ojos cerrados. Como a medio palmo de mi nariz, emergían dos generosas tetas (perdonad la claridad) al parecer amigas. Tan naturales, tan jóvenes, tan cercanas, apareciendo en un lugar tan inapropiado. Entonces pensé en lo que siempre me dice un tío de mi mujer, que tiene dos infartos y ochenta años a cuestas: " Juanjo, ¡qué pronto he nacido!"La situación se me iba haciendo interminable y yo quieto como un mástil. La situación, para mí, era insostenible. De pronto veo que esa diosa del amor anónimo, retira su cabeza y mirándome con ojos de inmenso afecto, me dice: "¿Te ha gustado? ¿ Te has sentido relajado? ¿Sí? Pues hazlo tú con otras personas. Puedes empezar con tus amigos y después gente desconocida. Estamos muy necesitados de amor. "Eso lo ves tú muy fácil", pensé yo para mis adentros. "Explícaselo tú a mi mujer, guapa. "
Medio recuperado del atracón de amor espontáneo, me salí a trompicones del corro . Ya no me acordaba de la visita turística ni de nada. Para mí ya había visto la catedral, el Barrio Gótico y la Plaça del Pi. Bajaba algo atolondrado hacia la Plaza de la Catedral, cuando de pronto me acordé de la chica y giré la cabeza antes de girar la esquina. La vi abrazada a un chico alto y más joven que ella. Sentí un pequeño ahogo en la garganta y pensé: "Juanjo, no tienes remedio". Yo no había aprendido nada y es que como dice mi amigo-tío, es que yo también he nacido demasiado pronto.
Después de todo esto, decidí que la gira se había terminado. Repentinamente sentí hambre, me metí en un restaurante vasco y me apreté un par de bocadillitos y una cerveza. Con las mismas y como más acomodado dentro de mí, volví a coger el tren y me fui para casa. Todo el día anduve algo tocado y con los ojos medio entornados. Cuando llegó la hora de acostarme, cerré la luz y me abracé placenteramente a la almohada rodeándola con mis brazos. Así estuve un largo rato, esperando que se produjera el milagro de una metamorfosis que nunca llegó. Buenas noches a todos y a todas.

1 comentario:

  1. querido jubilado los abrazos tienen mucho peligro porque demustran la intensidad de los sentimientos del que los da. De todas maneras sean bienvenidos y procuremos dadlos lo mas calidos posibles.

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