miércoles, 11 de noviembre de 2009

Encuentros

Los encuentros nunca son simple encuentros. Vienen acompañados de épocas o de momentos vividos con amargura y que al regurgitarlos tienen un cierto sabor a hiel. Otras veces, sin embargo, nos traen a la memoria mejores sabores, pero eran sabores de antaño, que hoy, como mucho, saben a insípidos, porque el tiempo todo lo desvía de su camino. A éstos, a veces, los esperas, los anhelas con entusiasmo y cuando ocurre te quedas frío porque eso no es lo esperado. Y es que la vida sigue dos caminos, el real y el que nosotros nos montamos en nuestra cabecita. Pero cuan do juntas esos dos caminos, preferirías que no se hubieran juntado, porque antes, al menos, vivías ilusionado en el recuerdo.
Los encuentros también pueden ser fortuitos. Chocan como el rayo contra la tierra formando un gran estruendo. Fugaces, fuegos fatuos, noches de verano. Nada queda de ellos y generalmente duermen en el olvido.
Encuentros progresivos. No de un día. De años. De toda la vida. Con sus heridas formando besanas de sangre reseca y sus florecillas que por costumbre renacen tímidas cada primavera.
Encuentros que dan miedo, que aterrorizan, que te muestran lo peor del ser humano. Ojos que suplican lo que el verdugo disfruta, vivir.
Encuentros de armonía infinita, la música.Restañadora de heridas, dormidera de la amargura, transformadora de la mirada. Maná celestial.
Encuentros conmigo mismo, el gran desconocido. Siempre jugando al esconder. Nunca me encuentro. Me suplico y no me digno; me hablo y no me escucho; me alabo y me envanezco. Siempre detrás de mí. Cuando era niño, no sabía; cuando adulto, quería ser otra cosa; ahora que soy mayor, me salen efervescencias de la juventud. Siempre corro detrás de mí y aún espero.
Y esperando llegaré a la dimensión soñada: el encuentro total. Entonces la masa se hará al molde como el agua al vaso y yo, feliz, dormiré en el regazo de mi propia historia, urna de piedra y eternidad.

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