martes, 3 de noviembre de 2009

El valor de lo irrepetible

Hace como un par de horas, yo me encontraba solo en casa. Mi mujer se había ido a ver a su madre. Mi hijo, en la universidad y yo, haciendo una tortilla de patatas. He hecho en mi vida muchas tortillas de patatas, pero cada una de ellas es única. Como siempre, he puesto primero el aceite, después, la patata y a continuación, mi amoroso trabajo. Sin embargo, para mí ha sido un hecho irrepetible. No han sido las mismas patatas, ni el mismo aceite, ni los mismos meneos. Mientras se iba haciendo yo pensaba en lo que iba a escribir esta noche, escuchaba música, me sentía relajado. Trataba de ser consciente de cómo se iba fraguando la tortilla, de la alegría que le daría a los míos y del buen rato que íbamos a pasar mientras la comíamos. Por un momento pensé que un hecho tan irrelevante como hacer una tortilla se estaba convirtiendo en algo especial, precisamente, porque yo lo había decidido así. Se había convertido en un hecho irrepetible con una valor adquirido, el de ser consciente que esto no volvería a suceder en mi vida por muchos años que viviera.
Es fácil comprender que todo lo que hacemos es irrepetible, ya que somos mortales y de ahí su valor. Si fuéramos inmortales... Si fuéramos inmortales... La verdad es que no sé qué pasaría si fuéramos inmortales, pues ese concepto no cabe en mi cabeza. No soy capaz de comprender algo que no tenga fin. Mi cerebro no está diseñado para eso. ¡Que lo expliquen los dioses, por favor!
El ser humano se aflige porque sabe que un día tiene que morir. Si es que lo sabe, porque a veces vivimos, inconscientes, como si fuéramos dioses inmortales. Pero los que de vez en cuando lo pensamos o los que lo pensamos todos los días y a todas las horas, que los hay, y además nos angustia sólamente el hecho de pensarlo, os digo, que el hombre tiene que tomar conciencia de lo que es, que es un ser finito. Que como ser finito las cosas toman el valor de irrepetibles. Que ese valor sólamente lo tienen nuestras acciones. No la tienen ni los animales, por no ser conscientes, ni los dioses por ser inmortales. Cuando, después de darle muchas vueltas a la cosa, te convences de lo que eres, no aspiras a más de lo que eres, te identificas con lo que eres y llevas el equipaje adecuado para recorrer ese camino, entonces, como que tu alma se aquieta y se remansa y ya no pide más. A esto normalmente se le llama paz.
Una vez que esto se ha asimilado , la vida toma otro significado. No haría falta que te salvaras de una grave enfermedad para que miraras al mundo con unos nuevos ojos, porque ese milagro ya se dio en tu interior. El simple hecho de tomar conciencia de lo que uno es, lo salva a uno, a la vez, de la idiotez y del endiosamiento. Ser más humano es simplemente ser más consciente de lo que uno es y en consecuencia actuar como tal. Después de todo esto, morir quizás sea una buena solución para librarse del infinito mundo de la inmortalidad.
Cuando mañana te lavantes y saludes a ese que está detrás del espejo, piensa que todo lo que vas a hacer en ese día será único e irrepetible, precisamente porque ese ser que lo está pensando lo ha decidido así. Probablemete no tocarán las campanas de tu iglesia por haber tenido semejante pensamiento, pero te aseguro que dentro de tu corazón habrá un gran jolgorio, porque ya nada te será desconocido y tu vida estará llena de cosas con sentido.

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