domingo, 18 de octubre de 2009

Los amores guardados

Todos hemos tenido en nuestra vida algún amor. ¿ Que hay alguien que no ha tenido? No me lo quiero creer. De todas maneras yo hablo para los sufrientes. Los que hemos disfrutado los dardos de Cupido y las miserias de la más grande de las soledades, la soledad de amor. Nos hemos arrastrado por las noches enormes como desiertos sin encontrar consuelo, hemos pagado una fortuna por un oído amigo donde vomitar toda nuestra rabia, hemos deambulado por la ciudad, fantasma yo ya del amor.
Pero no todos los amores pasados son iguales, aunque todos son nuestros. Son como nuestro ser por etapas. ¿Ya cicatrizaron todos? Sí, algunos no necesitaron cicatrizar, pues cayeron como fruta madura. Nacieron, vivieron y descansan en paz. Estos viven en el limbo de la indiferencia. Otros tuvieron tan poca entidad o tan poca intensidad, que llamarle amores parece excesivo. Sin embargo, hay unos terceros, a los que me quiero referir especialmente, que por sus características merecen la pena ser guardados.
Estos amores, sin importar demasiado el tiempo que duraron, tuvieron una intensidad tal que dejaron el corazón dañado de por vida. Están ahí y no se van. No se van porque no queremos que se vayan. No se van porque la herida no cicatrizó. Porque el dolor tan grande que sentimos, se ha ido convirtiendo poco a poco en un dulce dolor. No se van porque un gran amor no terminado es un amor eterno, un amor hasta la muerte.
A estos amores, yo les llamo los amores guardados. Los llevamos como a un hijo muerto en nuestro vientre, amasando día a día la esperanza de un milagro que nunca llega. De vez en cuando les das vida en los traicioneros sueños. Traicioneros porque el alba los vuelve al rinconcito del recuerdo, esperando que el inconstante azar te premie con vivir otra vez en los brazos de Morfeo. Los arrastras por la vida como Juana arrastraba por los campos de Castilla el ataud de su marido. Como si cambiando de aires cambiaras de fortuna. Sin embargo, estos amores, aunque ya sean cadáveres, nunca huelen y no huelen porque son puro espíritu. Los hemos desnudado de sus carnes y son sencillamente nuestra alma. Nuestra alma hecha jirones, pero nuestra alma al fin.

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