viernes, 18 de septiembre de 2009

alter ego

A groso modo todo ser es un ser errante. No sabemos de dónde venimos, ni a dónde vamos. Individualmente, además, hay personas que pasan por esta vida totalmente errantes: no saben de dónde vienen, no saben a dónde van, ni saben qué hacen en este mundo donde le han aterrizado sin su consentimiento.
Al poco tiempo de nacer, como si de un mandato genético se tratara, buscamos desesperadamente alguien que nos saque de ese camino incierto. Tradicionalmente se ha buscado en los amigos. Un amigo es un tesoro. Piensa como tú, tiene los mismos gustos que tú y daría la vida por ti. Sin embargo, la amistad, como muchas otras cosas en esta vida, tiene fecha de caducidad la mayor parte de las veces. Los amigos, como personas que son, caminan no siempre en la misma dirección, crecen a velocidades distintas o sus intereses hacen que su mirada se vuelva olvidadiza y, entonces, no se acuerdan ni de la madre que los parió.
Yo me he pasado media vida buscando mi identidad. La busqué en la amistad y no la encontré. Si miraba hacia dentro, me faltaba criterio para discernir qué cosa de las que tenía en el interior era autéticamente mía o era prestada. Estaba muy confundido y desesperado, pues necesitaba encontrar mi "alter ego" y hasta ahora sólo había encontrado un "alter". A veces llegué a pensar que sólo el espejo me daba la imagen de mi identidad. Imagen fría, estática, real. No me servía.
No hace mucho tiempo, sentado yo en un parque donde los niños juegan al salir del colegio y los amos sacan a pasear a sus perros, me fijé en un chico que caminaba junto a su perro tranquilamente. El joven me llamó la atención pues su aspecto era un tanto especial: orejas grandes y pronunciadas, gran cabellera ligeramente volcada hacia delante y unos ojos vidriosos de lobo que aulla a la puesta del sol. Su imagen era insólita. Cuando pasó junto a mí, me fijé en el perro y cual no será mi sorpresa, que pensé por un momento que estaba viendo a su amo. Tuve que volver a mirar. Cada día volvía yo al mismo lugar y cada día veía al perro y al chico, no se sabe quién paseaba a quién, pues ninguno de los dos iba atado. Iban como dos amigos, como dos amigos genéticamente unidos, con lazos que van más allá de los intereses. Algo me hizo pensar que ese chico había encontrado su identidad más allá del espejo y más allá de la volátil amistad. Había encontrado su "alter ego". Desde entonces yo voy como loco detrás de un perro, aunque creo que todavía no estoy preparado. Ser amigo de un perro no es cualquier cosa.

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