viernes, 25 de septiembre de 2009

Enemigo íntimo

Sólo hacía dos días que le habían dado la noticia. Fue un mazazo impresionante. Como si fuera un rayo que entrándole por la coronilla, había depositado a sus pies todas sus fuerzas, todas sus energías, todas sus ganas. Era incapaz de pensar, de concentrarse. Su mente estaba totalmente embotada e incapaz de fabricar ideas. Eso le pasó a mi amigo Ceferino Fernández cuando el médico dictó la sentencia. Sólo unos meses. Si, sólo unos meses y todo se había acabado. Ya habían pasado algunos días, enormes días, pues la espera es infinita cuando somos conscientes del peligro que nos acecha. Poco a poco se iba haciendo con la terrible enfermedad. Parece mentira cómo nuestra mente se hace a todo. Sólo necesita algo de tiempo. Millones de ideas pasaban por su cabeza, pero en ninguna le apetecía pararse. En esos momentos sólo vale la que te salve del naufragio, la que te lleve a la otra orilla. Sin embargo, había una idea que le iba y le venía con cierta insistencia. Ceferino había sido siempre un hombre de paz. Sus amigos eran incontables. Su capacidad de llegar a la gente era reconocida unánimente por los que le conocían. Nadie le reconocía un solo enemigo. Sin embargo él sentía cierta zozobra en este asunto. Cuando por las noches se acurrucaba entre la sábanas, no se sentía del todo satisfecho, no se sentía lleno. Como si en algún momento de su vida o en algún rincón de la tierra hub iese alguien que se le hubiese resistido, alguien con quien no hubiese podido hacer las paces, algún enemigo invisible. Había dormido con esta sensación prácticamente toda la vida. Era algo no declarado, pero latente. Sentía que le faltaba una batalla. Ese enemigo sin rostro, como alguna vez el lo calificó, era escurridizo, no se presentaba de cara. Era algo extraño. La idea, conforme iba avanzando la enfermedad se hacía más obsesiva, incluso, a ratos, había conseguido desbancar de su mente el pensamiento de la muerte inminente, pero por más vueltas que le daba no conseguía dar con la clave. Muchas veces en su vida se había hecho un psicoanálisis personal y había llegado a la conclusión que en los retos más importantes de su vida, como si fuese un fantasma en la sombra, había estado presente esa mano negra para que él no consiguiera conseguira lo que se había propuesto. Algunas veces él pensó: ¿Es real o es paranoia? Así discurría la enfermedad cuesta abajo, a una velocidad endiablada, como si quisiera coger carrerilla para dar el gran salto. Un día, sólo hacía tres meses y cinco días de la sentencia, Ceferino se despertó con un sobresalto, era algo especial, algo nuevo, algo que no había sentido nunca. En su pecho sentía un revorvorio que le hacía respirar como si de una carrera se tratase y su cerebro se iluminó con luces que nunca había percibido. Llamó urgentemente a su mujer, le pidió un espejo y se miró la cara. Estuvo largo rato impávido, sin pestañear frente al espejo. Más que mirarlo parecía que mirara a través de él. Cuando al fin se decidió a cambíar la escena, bajó el espejo lentamente, lo apoyó sobre su pecho y, mirando a su esposa, esbozó una sonrisa de complicidad mientras fijaba definitivamente los ojos en el techo inmensamente blanco. Sus amigos, al ver su mueca aún dibujada en su rostro, decían: " Vivió y murió en paz". Un abrazo. Juanjo.

1 comentario: