viernes, 25 de septiembre de 2009

La novia de mi pueblo

La única ventaja que tiene la sinceridad es que te descarga. Que te aligera. Como si ese peso que tengo dentro se repartiese entre todos los que oyen el mensaje. Yo hoy he de confesar que soy algo infiel. Fíjate que he dicho soy y no he sido. Porque mi infidelidad es algo consustancial con mi devenir. Me acompaña en mi vida y mi vida hasta hoy se declina en los tres tiempos en los que estudiamos los verbos. Y soy infiel porque estoy casado (de perogrullo) y precisamente porque estoy casado siento la necesidad de ser infiel. Pienso que todo hombre casado tiene que tintar su vida con algunas pinceladas de infidelidad, simplemente para no ahogarse en su propia salsa ( o en la de su mujer). Soñar, elevarte un poco sobre el sopor del matrimonio, es saludable. Sí, saludable para el propio matrimonio. Sin esas alas de la infidelidad el matrimonio sería insufrible. ¡A quién no le gusta volar! A estas alturas algún o alguna malintencionada estará pensando que soy machista. Puede ser, no lo niego. Ser feminista a mi no me toca. Creo que soy macho, que no es poco. Confieso que tengo una novia en mi pueblo. No es una novia de la niñez, ni de la juventud. Es una novia de la madurez. Las infidelidades auténticas y duraderas nacen con las canas, no son una tontería, pues te tienen que durar toda la vida y mueren cuando te cantan el "Dies irae, dies illa". Tiene los ojos verdes y sobre el vestido del color del viento, se dibujan innumerables lunares negros. Yo la llevo en mi corazón. No, no en mi corazón no. La llevo esturreada por el cuerpo ( eso creo que está mejor). Cuando no la tengo delante me parece inespacial, como si lo llenara todo. Cuando estoy a su lado, me mezo en sus brazos, me acaricio con sus manos, me meto en su ser y me arropo en sus entrañas. Me gusta dormir la siesta a su lado, y su cuerpo, cambiante como la niebla del bosque, me deja ver pequeños rayos de sol, que apenas hieren mis ojos. No me habla. Si hablase lo estropearía todo. El éxito está en el silencio. Sólo, a veces, un leve ruido que te adormece. Sentimos, sólo sentimos. Cuando llega la hora de la despedida y su vestido verde y plata es movido por el viento de la tarde, siento mecerse en el aire la canción que tantas veces oí cuando ella estaba lejos"Ne me quite pas". Pero yo me tengo que ir, porque la novia no es para todos los días. Sólo hay que verla para que te toque con la varita mágica, para que tu infidelidad sea cada día más fuerte (si no que vida más rastrera ibas a llevar). Me despido de ella con lágrimas en los ojos y al mirarla en la lejanía su imagen se multiplica. Se ha hecho de noche sobre la campiña. Ella se queda dormida. Y el viento que hace un rato la mecía, ahora la cubre como una delicada gasa.

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